21 de enero de 2009

LA OLIVARDA
preparada para el combate e ingrediente de boticas.

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Nadie podrá discutirnos como en estas fechas la olivarda se convierte en la hierba más vistosa, casi provocativa, de los espacios más marginados. Unos lugares en ocasiones muy cercanos que, sin embargo, despreciamos con la soberbia del siglo XXI, sin darnos cuenta que todavía en ellos se retienen esbozos de nuestra antigua cultura que nos han permitido llegar a lo que somos, pero que todavía guardan algunos secretos muy útiles para nuestra era. Es ahí, en esos “no lugares”, espacios urbanos indeterminados que se han quedado fuera de toda planificación abandonados a su destino, ignorados y hasta despreciados por la mayoría de los ciudadanos donde encontraremos en gran número a la humilde olivarda.

Es conocida por los botánicos con el difícil nombre de Dittrichia viscosa; aunque hasta hace pocos años se la citaba como Inula viscosa. Sea como fuere, sabemos que el nuevo nombre genérico se dedicó al botánico alemán Manfred Dittrich nacido en 1934, su segundo nombre -el específico- viscosa proviene del latín viscum, que significa pegajoso en clara referencia a la cualidad de sus hojas de poseer cierta viscosidad. La estructura de sus inflorescencias no dejará lugar a dudas, situándola taxonómicamente dentro de la familia de las asteráceas, como lo son sus primas las delicadas margaritas y los agresivos cardos. Pero esta planta también destaca por sus innumerables nombres vernáculos: altabaca, tárraga, mosquera, julivarda, bufarrell y pulguera son tan sólo unos pocos del gran elenco de denominaciones, indicándonos su importancia para numerosos pueblos Ibéricos y de ámbito mediterráneo.

Es planta que llega a alcanzar 1 metro de altura, con su base leñosa y el resto herbácea. Presenta altísima resistencia, siendo capaz de soportar altas condiciones de xericidad y escasez de nutrientes. Posee hojas tomentosas y, como ya se ha mencionado, la presencia de sustancias pringosas cualidades que le ayudarán en el control de su régimen hídrico, limitando la radiación y reduciendo su transpiración. Estas sustancias despiden un aroma particular que es descrito por el insigne Pio Font Quer de la siguiente forma: su olor es más bien fastidioso, bien poco agradable. Quizá no sea para tanto...


Sus flores surgen en otoño, agrupadas en cabezuelas, son doradas, numerosas y de gran belleza, bien merecería estar mejor valorada como planta ornamental si no fuera por su descaro de visitar los espacios más humildes, hecho que la relega a los puestos más modestos. El retraso en la época de floración no es casual, pues le otorgará a la olivarda unos grandes beneficios, al ser en estas fechas las únicas plantas con flores tan llamativas, lo que le proporcionará los mimos y atención de los polinizadores más rezagados que requieren de las reservas que guarda para pasar el invierno, garantizando así su polinización. Tras las flores surgen en abundancia las valiosas semillas que disponen de un vilano como eficaz sistema de dispersión, llevándola en flotación aérea a lo largo de grandes distancias. Este avanzado sistema le ha permitido salir de su ámbito natural circunmediterráneo, llegando incluso hasta el continente australiano, donde se comporta como temible invasora de difícil control, amenazando a la peculiar flora de aquel continente. Sin embargo, no todo su mérito se encuentra en el ingenioso sistema de “paracaídas” de su semilla, pues como un eficiente ejercito invasor, la olivarda también utilizará sus armas químicas como preparación de su lugar de aterrizaje. Las sustancias que segrega de sus hojas serán capaces de inhibir la capacidad reproductora de las plantas colindantes, eliminando a sus competidores y facilitando su rápida consolidación. En caso de incendio, tampoco será un problema. Sus semillas recubiertas de una dura cubierta reaccionarán positivamente al fuego y serán las primeras en germinar y establecerse.

Su clara dominancia es favorecida por la toxicidad de sus hojas, pues llegan a ser rechazadas por el ganado más hambriento. Sin embargo, el hombre pronto descubrió que las propiedades tóxicas que poseía esta planta podía emplearlas en su propio beneficio. Así, sus sustancias tóxicas se orientaron en la eliminación de molestos insectos y otros parásitos, lo que finalmente le otorgó nombres tan descriptivos como hierba mosquera, mosquera, mata mosquera o hierba pulguera. Denominaciones que nos indican su utilidad como eficaz insecticida; y es que al parecer esta hierba se colgaba de techos y alhacenas, donde así dispuestas se procedía a su quemado lento, el humo tóxico de la olivarda hacía el resto sirviendo de trampa mortal a los latosos y limitados dípteros que morían intoxicados.

La gente de los pueblos conoce bien esta planta y sabe con certeza que las cualidades de la olivarda no terminan aquí, pues es sabido los innumerables usos medicinales que posee esta modesta herbácea. Se le atribuyen propiedades de todo tipo: antiinflamatorias, antipiréticas y antihelmínticas. Tiene además efectos beneficiosos para el tratamiento de la artritis y posee cualidades antibacterianas. En medicina popular se ha empleado por sus propiedades balsámicas y antisépticas, tal vez relacionadas con la presencia del eucaliptol. Las investigaciones con esta planta llegaron a determinar los efectos inhibitorios incluso contra el mismísimo virus del SIDA, llegándose a patentar una composición con propiedades antivirales particularmente frente a infecciones con los virus hepatitis B y C. Dicha composición presenta en su fórmula extracto de olivarda junto con extractos de otras especies.

Pero sus propiedades no se quedan en la destrucción de molestos parásitos o en la cura de males, pues Incluso la olivarda se ha demostrado efectiva en la fitorremediación de suelos contaminados por metales pesados, especialmente plomo y mercurio, debido a su capacidad para acumularlos en sus raíces en grandes concentraciones y productor de gran cantidad de biomasa en sus partes aéreas.

Así que estimados lectores ya saben ustedes, cuando vuelvan a ver a la olivarda en alguno de esos “no lugares” ofrézcanle al menos una leve y disimulada reverencia, pues quizá sea en un futuro cercano la solución a algunos de nuestros peores males y sirva como primer paso para comenzar a valorar y recuperar esos “no lugares” para nuestra sociedad. Aunque no nos engañemos, pues como ya hemos dicho en alguna que otra ocasión, ya lo decía nuestro inestimable amigo Don Quijote de la Mancha: es innumerable el número de tontos...

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