Señalan las crónicas de la época que Calímaco, escultor ateniense del siglo V a. de C., paseando por los alrededores de su taller en Corintio se fijó en un acanto que crecía dentro de un cestillo dispuesto sobre una tumba. Era corriente en la cultura helénica el empleo de esta planta para el ornato de sepulcros y mausoleos al representar a la inmortalidad, creyendo que acompañaba a los difuntos al reino de Hades.
Calímaco maravillado por la forma de sus hojas a partir de ese día incorporaría el acanto como recurso decorativo de sus capiteles. Y así nacería un nuevo estilo en la arquitectura clásica que ligaría para siempre al acanto con el
orden Corintio.
Pasados los siglos, durante la Edad Media el acanto se convertiría en un importante símbolo cristiano, relacionándolo con la debilidad humana. Un curioso texto antiguo comparaba sus hojas y espinas con los excesos carnales: Las hojas carnosas que estas espinas producen son la carne del pecado que nosotros llevamos, de la que indefectiblemente nacen los vicios, débiles al principio, fuertes luego.
Esta planta sería además apreciada por sus propiedades curativas; virtudes confirmadas y reconocidas por la farmacología actual. Destacó el acanto en su empleo contra dolores e hinchazones que junto con otras plantas -tales como malva, gordolobo y violeta- se preparaba en cocimiento para uso externo. Otra cualidad terapéutica por la que era bien conocida fue en la cura de quemaduras, tal y como recoge Dioscórides en su obra
De Materia Medica: Sus raíces son pegajosas, viscosas, rojas, largas, las cuales, aplicadas en cataplasma, son adecuadas para las quemaduras de fuego. Quizá fuera esa capacidad de sanación tras el contacto con hogueras y piras la que hizo que todavía hoy se le conozca en algunas regiones del norte de España con los inquietantes nombres de herva da bruxa o cànem de bruixes. La denominación pé de urso (garra de oso), casi en desuso, era el término conocido para referirse al acanto en las boticas medievales.
Sin embargo, ha sido su belleza la que le dio paso a los jardines, pues ya
desde la antigua Grecia se empleó como planta de ornamento. El acanto (
Acanthus mollis), posee hermosas hojas verde oscuro de marcados lóbulos. Grandes hojas que le permiten establecerse en zonas de sombra, clara ventaja en jardines umbríos. Sin embargo, estas elegantes estructuras demandan gran cantidad de agua que no soportarán la época más cálida. Será entonces cuando sus hojas desaparezcan, comenzando su periodo de reposo. Pasados los calores, dará lugar a un nuevo ciclo donde podremos ver al acanto en todo su esplendor durante el otoño e invierno, mientras muchas otras plantas han desaparecido.
Una vez superada la estación más fría, a finales de primavera el acanto nos sorprenderá con su espectacular floración. Su número de flores, en ocasiones abundante, irá en relación con las reservas que haya podido acumular en sus rizomas. Grandes inflorescencias, de hasta 1,5 metros de altura, que portarán flores blancas parcialmente teñidas de púrpura, protegidas por brácteas espinosas que evitan que sean depredadas. Tras la madurez de sus flores se formarán
los frutos, los cuales una vez secos comenzarán a “explotar” como eficaz sistema de dispersión. La cápsula, una vez seca, expulsará con fuerza las cuatro semillas que contiene, logrando que nuevos individuos germinen lejos de la competencia de la planta madre.
El acanto es una planta que difícilmente pasa inadvertida,
de gran personalidad, sus oscuras y grandes hojas contrastarán allí donde se disponga. Aporta una gruesa textura que rompe la uniformidad de estructuras artificiosas, rígidas y regulares.
En la combinación con otras especies o en su empleo aislado produce valiosos contrastes, sobre todo cerca de paredes y muros. Son además plantas muy adecuadas como cubresuelos, para estabilizar taludes a la sombra o semisombra. Destaca la interesante verticalidad de sus largas espigas a finales de primavera y su indudable belleza, incluso una vez secas seguirá ofreciendo un valioso efecto.
A la hora de planificar su uso, deberemos tener en cuenta su periodo de reposo durante el verano, lo que puede producir zonas libres de plantación por lo que debe combinarse con especies de desarrollo estival.
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