En España la tradición recomienda tomar las doce uvas en la celebración del fin de año. Para ello justo en el momento en que suenan las doce campanadas se debe ingerir con premura cada uva al tiempo que suena el campaneo, lo que exige cierta habilidad.
Un curioso acto que comenzó a los pies del reloj de la Puerta del Sol, aunque poco a poco se fue ampliando al resto de España. Sin embargo, son pocos los que conocen el origen de esta peculiar costumbre que tiene poco más de 100 años de existencia.
El origen de tomar las doce uvas se remonta a principios del siglo pasado. Una costumbre que no se debe a motivos religiosos ni tan siquiera culturales, sino más bien a intereses económicos. Fue en la nochevieja de 1909 cuando los cosechadores de uva preocupados por el gran excedente de racimos que existía ese año en Alicante y Murcia -dada la gran producción de esa temporada- popularizaron tomar las uvas de la suerte en la última noche del año. Si bien parece que la primera referencia escrita sobre las doce uvas surge unos año antes, en la Nochevieja de 1895. Curiosamente ese año fue el Presidente del Consejo de Ministros quien despidió el año con uvas y champán.
Un año después numerosas personas se congregaron el último día del año en la Puerta del Sol madrileña. Los primeros diarios de 1897 comentaban: "Es costumbre madrileña comer doce uvas al dar las doce horas en el reloj que separa el año saliente del entrante". Al año siguiente la prensa animaba a esta tradición con un artículo titulado "Las uvas milagrosas".
Y así fue, como en 1909, los agricultores levantinos, encontrándose en ese año con un gran excedente de uva y con objeto de sacar al mercado la producción, lograron popularizar la costumbre y darle el impulso definitivo que acabaría por convertirla en consolidada tradición.
Según se cree, aquel que se coma las doce uvas al compás de las campanadas tendrá un año próspero.
Que así sea pues…
La uva del Vinalopó
Para esta tradición tan solo se emplean las uvas con denominación de origen del Vinalopó, producidas en la comarca valenciana del Medio Vinalopó, en Alicante. En esta comarca, con el fin de aumentar su calidad los racimos son embolsados individualmente protegiéndolos de las agresiones de aves, insectos e inclemencias meteorológicas. Gracias a este peculiar sistema de cultivo, la uva de mesa de la Comarca del Vinalopó tiene unas características físicas y gastronómicas excepcionales, que le han valido ser la única uva embolsada con Denominación de Origen.
La protección de la bolsa reduce considerablemente las agresiones climatológicas, motivo por el que las uvas se desarrollan con una piel mucho más fina al no tener que defenderse de las lluvias, el sol o el viento. La protección que le otorga la bolsa de papel tamiza además la exposición al sol, lo que produce una gran uniformidad de color en las uvas que componen cada racimo.
Las variedades de uva cultivadas en la Comarca del Vinalopó mediante este curioso proceso de embolsado son tan solo dos. La variedad `Ideal´, de racimo grande, frutos de peculiar tono amarillo y con ligero sabor a moscatel; y la variedad `Aledo´, más tardía y caracterizada por producir uvas de color blanco pálido, de sabor dulce. Sin embargo, cada variedad de uva tiene un momento de recolección y, por tanto, de consumo. Es la variedad `Aledo´ la que se toma en Nochevieja con las 12 campanadas, pues es la más tardía y puede estar embolsada hasta cuatro meses.
Y la tradición manda...
Cada año al alcanzar el ecuador de las fiestas navideñas, llega uno de los días más esperados: Noche Vieja. Pero el 31 de diciembre debe despedirse según mandan los cánones, cumpliendo el ritual de todos los años que consiste en la voraz ingesta de las 12 uvas apodadas oportunamente “de la suerte”, labor que debe realizarse durante la transición de un año al siguiente.
Y así, la tradición obliga, ¡no vaya a ser que la suerte se la entreguen a otro! Para ello con cutre bolsa de Carrefour en ristre y su preciado contenido frutal, te diriges cual reo al patíbulo hasta la Puerta del Sol para proceder con el penoso y peligroso trámite. Llegados a Sol, apurado por la creciente amenaza de las agujas por alcanzar su verticalidad, procedes a los breves preparativos. Y entre las hordas de ansiosos frugívoros, sacas en sumisa actitud tu preciada carga: el valioso racimo cargado de uvas. En ese momento lo observas por primera vez. ¡Horror! Su tamaño asusta, las uvas parecen algo mayores al año anterior. Te planteas incluso abandonar la tradición, pues recuerdas el apurado embuche del pasado año donde estuviste cerca de la asfixia a causa del serio atasco de tu estrecho gráznate. Quizá deberías retirarte mísera y sigilosamente. Demasiado tarde. Comienza el carrillón…
La breve espera se hace interminable. Mientras transcurren esas últimas décimas de tensión observas indignado como a tu derecha se encuentra una peculiar masa de asiáticos. Todo el grupo, tocado de absurdos gorritos navideños saca al unísono de sus bolsillos unas reducidas latas que abren con pulcritud. De ellas, cual perlas marinas, relucen doce uvas impecables, pequeñas, esféricas, relucientes, peladas y hasta sin pepitas. Será como comer una gominola, piensas con malsana envidia. Miras a tu alrededor, para tu sorpresa todo el mundo porta esas injustas uvas. Dudas de la legalidad de esas exiguas y míseras bayas, deberían dar la mitad de suerte que las tuyas. Desesperado, una vez más observas asustado los gigantescos frutos que portas entre tus manos. Los escondes con cierta humillación. En ese momento, se te ocurre contarlas ¡Pobre desgraciado!, tan solo hay 11. No las habías contado hasta entonces. Estas condenado a un año de mala suerte. Pero, no todo está perdido, en el último momento tu zapato ha palpado una uva que algún pobre desesperado ha perdido.
Disimuladamente la atrapas con furia. Algo sucia, algo abollada, algo grande; pero valdrá.
En ese tiempo interminable te permites hacer tus cálculos. Las doce campanadas duran exactamente 36 segundos con sesenta centésimas. Es decir, que dispones de poco más de tres segundos para la ingesta de cada uva, un error y será fatal. Ahora comprendes porque se llaman las “Uvas de la suerte”. Con uvas de ese tamaño la suerte será si sobrevives. Te imaginas por un momento una agonizante asfixia mientras a tu alrededor todos celebran la entrada del nuevo año. Optimista te sitúas cerca de una ambulancia. Comienzan las campanadas. Ahora sí, la suerte está echada…
Superas con temor -e incluso con cierto orgullo- las primeras campanadas. Ha sido fácil. Pero, ¡horror! La tercera parece que se atasca, curiosamente ha sido la desagradecida uva rescatada. Sin embargo, no te detienes. Un extraño impulso te obliga a continuar. Estas hechizado por ese sonido repetitivo. Y sigues introduciendo en tu boca más frutos. Una tras otra van entrando, aunque permanecen inmovilizadas en el interior. Una más. Otra. Y así hasta el final. Las campanadas han terminado…
12 campanadas, 12 uvas. Por lo tanto, haces tu cuenta. Has ingerido 2. Y ¿el resto? Parece que tu rostro amoratado y los inflados carrillos que recuerdan a un extraño y gigantesco hámster dicen el resto. Masticas, mientras todos celebran el nuevo año. Y masticas. Un poco más, todavía algo más… Ya son las 12 y cuarto y sigues quitando pellejos de tu boca. Sin embargo, cuando lo crees todo resuelto comienzas a escupir perdigones cual escopeta de aire comprimido. Vuelves a hacer tus cálculos. Suele haber en estas variedades de uva entre 2 y 4 semillas. Por lo tanto, tienes en la boca nada menos que unas 40 simientes. Pepitas que comienzas a escupir a diestro y siniestro con acertada puntería aprovechando la ebriedad de tus enemigos y la confusión de la multitud. Buscas a tus compañeros asiáticos y -cual terrible ametralladora- expeles con furia toda tu munición en venganza a sus ridículas y desarmadas uvas. La batalla dura poco más de cinco minutos. ¡Has vencido!
Bueno, al menos por esta vez has tenido suerte. ¡Feliz Año Nuevo!
Un curioso acto que comenzó a los pies del reloj de la Puerta del Sol, aunque poco a poco se fue ampliando al resto de España. Sin embargo, son pocos los que conocen el origen de esta peculiar costumbre que tiene poco más de 100 años de existencia.
El origen de tomar las doce uvas se remonta a principios del siglo pasado. Una costumbre que no se debe a motivos religiosos ni tan siquiera culturales, sino más bien a intereses económicos. Fue en la nochevieja de 1909 cuando los cosechadores de uva preocupados por el gran excedente de racimos que existía ese año en Alicante y Murcia -dada la gran producción de esa temporada- popularizaron tomar las uvas de la suerte en la última noche del año. Si bien parece que la primera referencia escrita sobre las doce uvas surge unos año antes, en la Nochevieja de 1895. Curiosamente ese año fue el Presidente del Consejo de Ministros quien despidió el año con uvas y champán.
Un año después numerosas personas se congregaron el último día del año en la Puerta del Sol madrileña. Los primeros diarios de 1897 comentaban: "Es costumbre madrileña comer doce uvas al dar las doce horas en el reloj que separa el año saliente del entrante". Al año siguiente la prensa animaba a esta tradición con un artículo titulado "Las uvas milagrosas".
Y así fue, como en 1909, los agricultores levantinos, encontrándose en ese año con un gran excedente de uva y con objeto de sacar al mercado la producción, lograron popularizar la costumbre y darle el impulso definitivo que acabaría por convertirla en consolidada tradición.
Según se cree, aquel que se coma las doce uvas al compás de las campanadas tendrá un año próspero.
Que así sea pues…
La uva del Vinalopó
Para esta tradición tan solo se emplean las uvas con denominación de origen del Vinalopó, producidas en la comarca valenciana del Medio Vinalopó, en Alicante. En esta comarca, con el fin de aumentar su calidad los racimos son embolsados individualmente protegiéndolos de las agresiones de aves, insectos e inclemencias meteorológicas. Gracias a este peculiar sistema de cultivo, la uva de mesa de la Comarca del Vinalopó tiene unas características físicas y gastronómicas excepcionales, que le han valido ser la única uva embolsada con Denominación de Origen.
La protección de la bolsa reduce considerablemente las agresiones climatológicas, motivo por el que las uvas se desarrollan con una piel mucho más fina al no tener que defenderse de las lluvias, el sol o el viento. La protección que le otorga la bolsa de papel tamiza además la exposición al sol, lo que produce una gran uniformidad de color en las uvas que componen cada racimo.
Las variedades de uva cultivadas en la Comarca del Vinalopó mediante este curioso proceso de embolsado son tan solo dos. La variedad `Ideal´, de racimo grande, frutos de peculiar tono amarillo y con ligero sabor a moscatel; y la variedad `Aledo´, más tardía y caracterizada por producir uvas de color blanco pálido, de sabor dulce. Sin embargo, cada variedad de uva tiene un momento de recolección y, por tanto, de consumo. Es la variedad `Aledo´ la que se toma en Nochevieja con las 12 campanadas, pues es la más tardía y puede estar embolsada hasta cuatro meses.
Y la tradición manda...
Cada año al alcanzar el ecuador de las fiestas navideñas, llega uno de los días más esperados: Noche Vieja. Pero el 31 de diciembre debe despedirse según mandan los cánones, cumpliendo el ritual de todos los años que consiste en la voraz ingesta de las 12 uvas apodadas oportunamente “de la suerte”, labor que debe realizarse durante la transición de un año al siguiente.
Y así, la tradición obliga, ¡no vaya a ser que la suerte se la entreguen a otro! Para ello con cutre bolsa de Carrefour en ristre y su preciado contenido frutal, te diriges cual reo al patíbulo hasta la Puerta del Sol para proceder con el penoso y peligroso trámite. Llegados a Sol, apurado por la creciente amenaza de las agujas por alcanzar su verticalidad, procedes a los breves preparativos. Y entre las hordas de ansiosos frugívoros, sacas en sumisa actitud tu preciada carga: el valioso racimo cargado de uvas. En ese momento lo observas por primera vez. ¡Horror! Su tamaño asusta, las uvas parecen algo mayores al año anterior. Te planteas incluso abandonar la tradición, pues recuerdas el apurado embuche del pasado año donde estuviste cerca de la asfixia a causa del serio atasco de tu estrecho gráznate. Quizá deberías retirarte mísera y sigilosamente. Demasiado tarde. Comienza el carrillón…
La breve espera se hace interminable. Mientras transcurren esas últimas décimas de tensión observas indignado como a tu derecha se encuentra una peculiar masa de asiáticos. Todo el grupo, tocado de absurdos gorritos navideños saca al unísono de sus bolsillos unas reducidas latas que abren con pulcritud. De ellas, cual perlas marinas, relucen doce uvas impecables, pequeñas, esféricas, relucientes, peladas y hasta sin pepitas. Será como comer una gominola, piensas con malsana envidia. Miras a tu alrededor, para tu sorpresa todo el mundo porta esas injustas uvas. Dudas de la legalidad de esas exiguas y míseras bayas, deberían dar la mitad de suerte que las tuyas. Desesperado, una vez más observas asustado los gigantescos frutos que portas entre tus manos. Los escondes con cierta humillación. En ese momento, se te ocurre contarlas ¡Pobre desgraciado!, tan solo hay 11. No las habías contado hasta entonces. Estas condenado a un año de mala suerte. Pero, no todo está perdido, en el último momento tu zapato ha palpado una uva que algún pobre desesperado ha perdido.
Disimuladamente la atrapas con furia. Algo sucia, algo abollada, algo grande; pero valdrá.
En ese tiempo interminable te permites hacer tus cálculos. Las doce campanadas duran exactamente 36 segundos con sesenta centésimas. Es decir, que dispones de poco más de tres segundos para la ingesta de cada uva, un error y será fatal. Ahora comprendes porque se llaman las “Uvas de la suerte”. Con uvas de ese tamaño la suerte será si sobrevives. Te imaginas por un momento una agonizante asfixia mientras a tu alrededor todos celebran la entrada del nuevo año. Optimista te sitúas cerca de una ambulancia. Comienzan las campanadas. Ahora sí, la suerte está echada…
Superas con temor -e incluso con cierto orgullo- las primeras campanadas. Ha sido fácil. Pero, ¡horror! La tercera parece que se atasca, curiosamente ha sido la desagradecida uva rescatada. Sin embargo, no te detienes. Un extraño impulso te obliga a continuar. Estas hechizado por ese sonido repetitivo. Y sigues introduciendo en tu boca más frutos. Una tras otra van entrando, aunque permanecen inmovilizadas en el interior. Una más. Otra. Y así hasta el final. Las campanadas han terminado…
12 campanadas, 12 uvas. Por lo tanto, haces tu cuenta. Has ingerido 2. Y ¿el resto? Parece que tu rostro amoratado y los inflados carrillos que recuerdan a un extraño y gigantesco hámster dicen el resto. Masticas, mientras todos celebran el nuevo año. Y masticas. Un poco más, todavía algo más… Ya son las 12 y cuarto y sigues quitando pellejos de tu boca. Sin embargo, cuando lo crees todo resuelto comienzas a escupir perdigones cual escopeta de aire comprimido. Vuelves a hacer tus cálculos. Suele haber en estas variedades de uva entre 2 y 4 semillas. Por lo tanto, tienes en la boca nada menos que unas 40 simientes. Pepitas que comienzas a escupir a diestro y siniestro con acertada puntería aprovechando la ebriedad de tus enemigos y la confusión de la multitud. Buscas a tus compañeros asiáticos y -cual terrible ametralladora- expeles con furia toda tu munición en venganza a sus ridículas y desarmadas uvas. La batalla dura poco más de cinco minutos. ¡Has vencido!
Bueno, al menos por esta vez has tenido suerte. ¡Feliz Año Nuevo!
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