una planta que florece entre finales de otoño y comienzos de invierno,
según las localidades.
La olivarda sorprende a finales de año con el inicio de su abundante floración, justo cuando otras especies han concluido ya el ciclo biológico. Además, gracias a sus eficaces adaptaciones, es una hierba capaz de crecer en los terrenos más alterados. Sin contar con sus eficaces aplicaciones como planta insecticida y medicinal.
Poco antes de terminar su época de desarrollo, la olivarda –discreta durante el resto del año– reclama con furia la atención de los caminantes que transitan por suelos degradados. Tras su paciente espera, surge como por arte de magia e inunda el paisaje de abundantes e inesperadas pinceladas de amarillo. Pocas hierbas son capaces de competir con ella en vistosidad, casi provocativa. A la vista de su espectacularidad, sorprende que no se haya empleado hasta el momento en el ornato de parques y jardines. Tal vez sea su descaro por visitar los espacios humildes lo que la relega a los puestos más modestos. Un ciclo biológico tan distinto a la mayoría de las hierbas le permite, a las puertas del invierno, dominar estos lugares alterados. Su denominación científica fue ardua, pues ha pasado por innumerables enredos relacionados con la nomenclatura botánica.
Actualmente es conocida por el difícil nombre de Dittrichia viscosa, dedicado al botánico alemán Manfred Dittrich, pero hasta hace pocos años se citaba como Inula viscosa. No obstante, originalmente fue llamada Erigeron viscosa, nombre que pronto fue modificado por Pulicaria viscosa y más adelante por Cupularia viscosa. Sea como fuere, todas las denominaciones coinciden en su nombre específico, viscosa, término que proviene del latín viscum y que significa “pegajoso”, en clara referencia a las cualidades de sus hojas (1).
Una auténtica superviviente
La olivarda destaca por su envergadura, pues a finales de septiembre llega a superar el metro de altura. Tiene una base leñosa que le otorga resistencia a las agresiones, mientras que el resto es de consistencia herbácea. No obstante, será la apariencia de sus flores lo que no dejará lugar a dudas. Emite con insistencia sus inflorescencias teñidas de dorado durante los meses de otoño e invierno, situándola con facilidad dentro de la familia de las Compuestas, a la que también pertenecen las delicadas margaritas y los espinosos cardos. Menos llamativas y más escasas son sus hojas, cubiertas en el haz de las ya citadas sustancias pringosas y de abundante tomento en el envés. La existencia de estas protecciones le asegura un carácter combativo y una alta resistencia. Tan eficiente protección le ayudará también a controlar su régimen hídrico, ya que estas hojas son capaces de reflejar la radiación y reducir la transpiración.
Junto a tales defensas, la olivarda emite un aroma particular que repele a los herbívoros más hambrientos. Una cualidad que no siempre la ha dejado en buen lugar:
“su olor es más bien fastidioso, bien poco agradable”, cita Font Quer (2).
En definitiva, dichos recubrimientos ofrecen a la planta una altísima resistencia a los herbívoros y es capaz de soportar, por añadidura, condiciones extremas de sequedad y suelos pobres en nutrientes.
Pero tampoco el retraso de la floración es casual. Durante estas fechas son escasas las plantas con flores tan llamativas. Esta ventaja le proporcionará mimos y atenciones por parte de los polinizadores más rezagados, que todavía necesitan las reservas que ofrece la olivarda para pasar el invierno, lo cual garantiza la reproducción de la planta. Tras las flores surgen en abundancia las valiosas y diminutas semillas que, gracias a sus fibras, son trasportadas por el viento a lo largo de grandes distancias (anemocoria). Este avanzado sistema le ha permitido salir de su ámbito natural circunmediterráneo y conquistar tierras tan lejanas como el continente australiano. En aquellos alejados lugares se comporta como una planta invasora de difícil control, una amenaza para la flora local. Sin embargo, no todo el mérito radica en su eficaz sistema de dispersión, pues, como un diligente ejército invasor, la olivarda emplea sus armas químicas en la preparación del terreno. Las sustancias que segregan sus hojas inhiben la germinación de otras semillas, eliminan competidores y facilitan su consolidación. En caso de incendio, tampoco tendrá problemas: las semillas están protegidas por una dura cubierta (cutícula) y reaccionan positivamente al paso del fuego, de manera que serán las primeras en germinar y establecerse.
Medicinal e insecticida
El hombre también ha sabido aprovechar las propiedades tóxicas de la olivarda y se ha servido de ella para eliminar moscas y otros insectos molestos. Un uso que, por cierto, le otorgó nombres vulgares tan descriptivos como “hierba mosquera”, “mosquera” y “mata mosquera”, todas las cuales aluden a su utilidad como insecticida. Al parecer, la olivarda se colgaba de techos y alhacenas, donde era quemada lentamente. Otros aseguran que se mezclaba con la paja del ganado para librarle de molestos parásitos, por lo que en algunas localidades se llama asimismo “hierba pulguera”.
En otro orden de cosas, a la olivarda se le atribuyen propiedades medicinales de todo tipo: antiinflamatorias, antipiréticas y antihelmínticas (3). Tiene además efectos beneficiosos en el tratamiento de la artritis y posee cualidades antibacterianas. En medicina popular se ha empleado por sus propiedades balsámicas y antisépticas e incluso investigaciones recientes han llegado a determinar sus efectos inhibitorios ante el virus del SIDA.
Los beneficios de la olivarda se completan con su uso como planta fitorremediadora, capaz de recuperar terrenos contaminados por metales pesados, especialmente plomo y mercurio, ya que sus raíces pueden acumular grandes concentraciones de tóxicos. En fin, como acabamos de ver, una hierba frecuente, pero nada común.
Bibliografía
(1) Kumkel, G. (1998). Hierbas infestantes de la comarca de Los Vélez. Instituto de Estudios Almerienses. Almería.
(2) Font Quer, P. (1999). Plantas medicinales. El Dioscórides renovado. Labor. Barcelona.
(3) Medrano Moreno, J.M. (2011). Guía de plantas de los caminos de La Rioja. Biblioteca Riojana. Logroño.
Poco antes de terminar su época de desarrollo, la olivarda –discreta durante el resto del año– reclama con furia la atención de los caminantes que transitan por suelos degradados. Tras su paciente espera, surge como por arte de magia e inunda el paisaje de abundantes e inesperadas pinceladas de amarillo. Pocas hierbas son capaces de competir con ella en vistosidad, casi provocativa. A la vista de su espectacularidad, sorprende que no se haya empleado hasta el momento en el ornato de parques y jardines. Tal vez sea su descaro por visitar los espacios humildes lo que la relega a los puestos más modestos. Un ciclo biológico tan distinto a la mayoría de las hierbas le permite, a las puertas del invierno, dominar estos lugares alterados. Su denominación científica fue ardua, pues ha pasado por innumerables enredos relacionados con la nomenclatura botánica.
Actualmente es conocida por el difícil nombre de Dittrichia viscosa, dedicado al botánico alemán Manfred Dittrich, pero hasta hace pocos años se citaba como Inula viscosa. No obstante, originalmente fue llamada Erigeron viscosa, nombre que pronto fue modificado por Pulicaria viscosa y más adelante por Cupularia viscosa. Sea como fuere, todas las denominaciones coinciden en su nombre específico, viscosa, término que proviene del latín viscum y que significa “pegajoso”, en clara referencia a las cualidades de sus hojas (1).
Una auténtica superviviente
La olivarda destaca por su envergadura, pues a finales de septiembre llega a superar el metro de altura. Tiene una base leñosa que le otorga resistencia a las agresiones, mientras que el resto es de consistencia herbácea. No obstante, será la apariencia de sus flores lo que no dejará lugar a dudas. Emite con insistencia sus inflorescencias teñidas de dorado durante los meses de otoño e invierno, situándola con facilidad dentro de la familia de las Compuestas, a la que también pertenecen las delicadas margaritas y los espinosos cardos. Menos llamativas y más escasas son sus hojas, cubiertas en el haz de las ya citadas sustancias pringosas y de abundante tomento en el envés. La existencia de estas protecciones le asegura un carácter combativo y una alta resistencia. Tan eficiente protección le ayudará también a controlar su régimen hídrico, ya que estas hojas son capaces de reflejar la radiación y reducir la transpiración.
Junto a tales defensas, la olivarda emite un aroma particular que repele a los herbívoros más hambrientos. Una cualidad que no siempre la ha dejado en buen lugar:
“su olor es más bien fastidioso, bien poco agradable”, cita Font Quer (2).
En definitiva, dichos recubrimientos ofrecen a la planta una altísima resistencia a los herbívoros y es capaz de soportar, por añadidura, condiciones extremas de sequedad y suelos pobres en nutrientes.
Pero tampoco el retraso de la floración es casual. Durante estas fechas son escasas las plantas con flores tan llamativas. Esta ventaja le proporcionará mimos y atenciones por parte de los polinizadores más rezagados, que todavía necesitan las reservas que ofrece la olivarda para pasar el invierno, lo cual garantiza la reproducción de la planta. Tras las flores surgen en abundancia las valiosas y diminutas semillas que, gracias a sus fibras, son trasportadas por el viento a lo largo de grandes distancias (anemocoria). Este avanzado sistema le ha permitido salir de su ámbito natural circunmediterráneo y conquistar tierras tan lejanas como el continente australiano. En aquellos alejados lugares se comporta como una planta invasora de difícil control, una amenaza para la flora local. Sin embargo, no todo el mérito radica en su eficaz sistema de dispersión, pues, como un diligente ejército invasor, la olivarda emplea sus armas químicas en la preparación del terreno. Las sustancias que segregan sus hojas inhiben la germinación de otras semillas, eliminan competidores y facilitan su consolidación. En caso de incendio, tampoco tendrá problemas: las semillas están protegidas por una dura cubierta (cutícula) y reaccionan positivamente al paso del fuego, de manera que serán las primeras en germinar y establecerse.
Medicinal e insecticida
El hombre también ha sabido aprovechar las propiedades tóxicas de la olivarda y se ha servido de ella para eliminar moscas y otros insectos molestos. Un uso que, por cierto, le otorgó nombres vulgares tan descriptivos como “hierba mosquera”, “mosquera” y “mata mosquera”, todas las cuales aluden a su utilidad como insecticida. Al parecer, la olivarda se colgaba de techos y alhacenas, donde era quemada lentamente. Otros aseguran que se mezclaba con la paja del ganado para librarle de molestos parásitos, por lo que en algunas localidades se llama asimismo “hierba pulguera”.
En otro orden de cosas, a la olivarda se le atribuyen propiedades medicinales de todo tipo: antiinflamatorias, antipiréticas y antihelmínticas (3). Tiene además efectos beneficiosos en el tratamiento de la artritis y posee cualidades antibacterianas. En medicina popular se ha empleado por sus propiedades balsámicas y antisépticas e incluso investigaciones recientes han llegado a determinar sus efectos inhibitorios ante el virus del SIDA.
Los beneficios de la olivarda se completan con su uso como planta fitorremediadora, capaz de recuperar terrenos contaminados por metales pesados, especialmente plomo y mercurio, ya que sus raíces pueden acumular grandes concentraciones de tóxicos. En fin, como acabamos de ver, una hierba frecuente, pero nada común.
Bibliografía
(1) Kumkel, G. (1998). Hierbas infestantes de la comarca de Los Vélez. Instituto de Estudios Almerienses. Almería.
(2) Font Quer, P. (1999). Plantas medicinales. El Dioscórides renovado. Labor. Barcelona.
(3) Medrano Moreno, J.M. (2011). Guía de plantas de los caminos de La Rioja. Biblioteca Riojana. Logroño.
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