20 de noviembre de 2014

La inexpugnable cardencha.
Revista Quercus nº 321

La cardencha se establece en terrenos abandonados en cuando aumenta un poco la humedad del suelo. Dos años después destacará por su porte entre las demás hierbas, así como por sus llamativas y punzantes inflorescencias.


Las abundantes espinas que cubren sus tallos e
inflorescencias protegen a la cardencha (Dipsacus fullonum)
de los animales herbívoros.

En los retales de campo que aún consienten nuestras ciudades, en esos fragmentos diseminados de la naturaleza mediterránea, todo puede cambiar si las condiciones se alteran: la presencia en el suelo de una mayor cantidad de arcilla, una ligera depresión en el terreno, la oportuna sombra de una señal de tráfico o cualquier fuga en la red de saneamiento será suficiente para permitir un ligero incremento en la disponibilidad de agua. Es entonces cuando emergen otras plantas, especies más ligadas a las orillas de los arroyos que aparecen para sorpresa del naturalista urbano. Aunque pueda parecernos imperceptible, un poco más de humedad en el terreno será suficiente para que irrumpan nuevos protagonistas.

Por otra parte, los sucesos evolucionarán allí con cierta demora. Las plantas, al disponer de mayor humedad, tardarán más en agostarse e incluso algunas no lo harán. Su llamativo color verde nos dará la pista, pero un claro enriquecimiento del elenco florístico resulta definitivo a la hora de localizar estas zonas. Entre las hierbas más llamativas, tanto por su envergadura como por su atractiva floración, destaca la carda, cardencha o cardo de cardas (Dipsacus fullonum). Pero no deben confundirnos, ni su apariencia, ni sus diversos nombres, pues nada tiene que ver con los cardos, a pesar de las flores similares y sus abundantes espinas. Mientras que los cardos pertenecen a la familia de las Compuestas, la cardencha forma parte de las Dipsacáceas.



A un paso de las plantas carnívoras


Cierto es que la cardencha suele localizarse de forma natural cerca de los cursos de agua, pero también en lugares temporalmente encharcados. Vegeta bien junto a caminos, cunetas, acequias, herbazales y escombreras, siempre que el suelo ofrezca suficiente humedad durante al menos su fase de desarrollo y, a poder ser, contenga abundante nitrógeno. Su distribución es muy amplia, pues prácticamente se encuentra extendida por toda la península Ibérica y buena parte de Europa. Recientemente ha logrado naturalizarse en diferentes regiones del continente americano.

La cardencha es planta herbácea y bienal. Sus tallos son erectos, robustos, asurcados y armados de abundantes espinas. Puede alcanzar los dos metros de altura y, desde el verano hasta el otoño, cada ejemplar está rematado por una cabezuela solitaria, también espinosa, de forma globular u ovoide, de hasta nueve centímetros de longitud. Esta estructura alberga numerosas flores de pequeño tamaño y color rosado-violeta o blanco.

Las primeras en abrirse son las del centro de la cabeza floral. Las hojas son enteras, rugosas y lanceoladas. Durante el primer año forman una gran roseta basal que absorberá la energía necesaria para florecer abundantemente al año siguiente.

Las hojas desarrolladas durante el segundo año, distribuidas por el tallo, poseen la curiosa peculiaridad de estar soldadas, de manera que forman un vaso capaz de almacenar agua. Los botánicos no se ponen de acuerdo sobre cuál es su función.

Parece claro que estos cuencos detienen a los depredadores en su ascenso, a modo de foso defensivo, lo que evita daños a flores y frutos. Pero es posible que tengan otra sorprendente función. Muchos insectos caen y mueren ahogados en estos fosos y la planta dispondría entonces de nutrientes adicionales procedentes de esos animales. De ahí que en ocasiones se englobe a la cardencha en el grupo de las protocarnívoras. Es decir, no sólo sería un sistema defensivo sino una técnica de captura. Un mecanismo conocido como “trampa de caída” que le permite obtener un aporte extra de nitrógeno. Ahora bien, hasta el momento no se ha detectado que exista digestión a través de enzimas, por lo que no podría considerarse una planta carnívora propiamente dicha.

La planta de cardar


El término “dipsacus”, que da nombre al género y a la familia, procede precisamente de esa capacidad para acumular agua en sus hojas: deriva del griego dipsa, “sed”, en alusión al agua que retiene. En cuanto al nombre específico, “fullonum”, proviene del latín fullo, “batanero”, en clara referencia a la persona encargada de ese oficio en los lavaderos de lana; una palabra, en fin, relacionada con su antiguo uso para cardar tejidos (1).

En cualquier caso, la gran variedad de nombres comunes que recibe esta planta, más de 120 en las diferentes lenguas peninsulares (2), nos da una idea de sus usos populares, la mayoría de los cuales están relacionados con la tarea de cardar el algodón y la lana. La cardencha llegó a cultivarse durante siglos en España e incluso a exportarse a otros países de Europa. Fue insustituible durante mucho tiempo, pues, según se aseguraba, la calidad de su cardado era muy superior al de las cardas metálicas. En la mayoría de los molinos, la cardencha comenzó a ser remplazada por cepillos de acero durante el siglo XIX, aunque todavía se cultivaba abundantemente hasta los años setenta del siglo XX (3, 4). Andrés Laguna resalta dichas cualidades: 

En esto conoceréis la gran providencia de la naturaleza, y el cuidado que de nosotros tuvo, pues no solamente nos dio toda suerte de mantenimientos, para sustentar nuestros cuerpos: y mil diferentes de algodones, lanas y sedas, para cubrirnos y defendernos de las injurias extrínsecas: empero también fue solicita en darnos instrumentos aptos y convenientes, para adelgazar las semejantes materias, y perfeccionar los paños que hiciésemos de ella: para el cual negocio son muy a propósito las Cardechas, de los griegos llamadas Dipsacos.”

Al margen de su importante función como carda vegetal, la cardencha ha tenido otras interesantes aplicaciones, entre las que destacan sus virtudes medicinales. En la antigüedad se conocía como radix dipsaci o cardui veneris. Toda la planta, y especialmente la raíz, se utilizaba con fines diuréticos y vulnerarios, aparte de para combatir la artritis.

Además, siempre se ha creído que el agua de lluvia que acumula la planta tenía propiedades rejuvenecedoras. En el siglo XVIII se usaba para quitar pecas y curar las enfermedades de los ojos (5), lo que le otorgó nombres tan sugerentes como “agua bendita” o “baño de Venus.” Todavía hoy es apreciada por sus poderes mágicos, pues se le atribuye la facultad de asustar a las brujas y evitar sus maleficios. Con este fin, se acostumbra a colgar ramilletes de cardencha en las puertas de casas y establos. De ahí, que en algunos pueblos se la conozca como “peine de bruja” (6).

Bibliografía


(1) Font Quer, P. (1960). Botánica pintoresca. Editorial Ramón Sopena. Barcelona.
(2) Álvarez Arias, B.T. (2006). Nombres vulgares de las plantas en la península Ibérica e islas Baleares (tesis doctoral inédita). Universidad Autónoma de Madrid. Madrid.
(3) Mabey, R. (1997). Flora britannica. Chatto & Windus. London.
(4) Sánchez Ferrer, J. (1979). Las cardas vegetales de Sax, Villena y Caudete. Instituto de Estudios Alicantinos. Alicante.
(5) Laguna, A. (1999). Pedacio Dioscórides Anazarbeo, acerca de la Materia Médica Medicinal y de los Venenos Mortíferos. Biblioteca de Clásicos de la Medicina y de la Farmacia Española (edición facsímil a partir de la de 1566). Madrid.
(6) Villar Perez, L. y otros autores (1987). Plantas medicinales del Pirineo aragonés y demás tierras oscenses. Diputación de Huesca y CSIC. Huesca.

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