Algo aterrorizados nos hemos topado de golpe y porrazo con las fiestas navideñas. Aunque con cierta pereza, vamos poco a poco asimilando el cíclico ritual. Y aquí estamos otra vez, redactando una nueva felicitación!!!. No vaya a ser que alguien nos acuse de falta de espíritu navideño. Así que por espíritu que no quede, aunque desconfiemos de tan lúgubre personaje…
Lo cierto es que durante todo este año hemos añorado algunas costumbres de estas fiestas. Pero no, no se trata del previsible encuentro con tres señores de profuso maquillaje y plásticas coronas en absurda compañía de pajizos pajes. Tampoco estamos hablando de un inquietante tipo de luenga barba, que luce sin pudor su enorme volumen, ataviado con preocupantes y prietas mallas rojas que realzan con dudoso orgullo aquellas partes de menor orgullo. Por fortuna todo ello estaba ya más o menos olvidado.
A quien realmente hemos echado en falta es a la modesta almendra, parte fundamental de estas fiestas. Y, a pesar de su importancia, pasará un año más desapercibida sin homenaje alguno. Se ensalzarán otros miembros del reino vegetal como abetos, acebos, muérdagos, etc. Pero a la almendra, nada de nada.
Seguro que muchos os preguntareis con cierta sorna incrédula, si realmente merece más atención el noble fruto del almendro. Y es que algunos ignoran que es el ingrediente principal de nuestros postres más tradicionales: almendrados, turrones, polvorones, nevaditos, mantecados, mazapanes, galletas, roscones, guirlaches, cagadillos, almendras azucaradas o almendras rellenas, delicias que surcarán nuestras mesas en estos días.
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Dibujo a plumilla y aguada de flor de almendro (Prunus dulcis). Autor: A. Cristina Losa |
Con algo de pena y nada de gloria, la sufrida almendra será un año más ignorada.
Pero hemos de saber que el almendro (Prunus dulcis), aunque muy nuestro, es una especie foránea. Su lugar de procedencia parece remontarse a determinadas áreas de Afganistán y Turquestán. Los persas pudieron ser los primeros en cultivar este árbol, expandiéndose su cultivo a Asia Menor. Su difusión por la zona mediterránea se debe a los fenicios, griegos, romanos y árabes, siendo los fenicios los primeros que introdujeron las semillas y los griegos quienes lo cultivaron. Casi simultáneamente llegará a la península ibérica.
Y desde entonces ha sido cultivado el almendro formando parte de nuestra tradición más arraigada.
No es muy conocido el hecho de que el almendro posea dos variedades la dulce (Prunus dulcis var. dulcis) y la amarga (Prunus dulcis var. amara). Esta última variedad contiene un glucósido cianogénico, la amigdalina, que libera nada menos que cianuro. Las almendras amargas son capaces de producir la muerte a los jabalíes que se las comen, y mezcladas con grasa de cabra las empleaban los árabes para matar a las fieras. Cada almendra amarga puede contener hasta 1 mg de esta toxina, por lo que sería necesario que el incauto seleccionado, ingiriera entre 50 a 60 semillas. Su eficacia era tal que los tribunales del antiguo Egipto empleaban este modo para la ejecución de la pena de muerte.
Pero quizá de los citados dulces el más mediático sea el polvorón, con un contenido de entre 3 a 4 gramos de almendras. Y es que, sus redondeces y seductora suavidad no deja indiferente a nadie. Quizá eso ha llevado al curioso trato que recibe este provocador dulce. Algunos en delicado protocolo los desnudan lentamente, muy lentamente, inmersos en los más profundos e inconfesables pensamientos, imaginándose Dios sabe qué. Para irlo comiendo despacio, con sumo cuidado de no derramar su preciado contenido. Por el contrario, otros gustan de someterlo a duras sesiones de tortura y aplastamiento para posteriormente desgarrarle sus ropajes antes de la brutal ingesta.
Ha ocurrido alguna vez durante esa deglución como el ufano goloso ha pretendido atajar la obstrucción de su garganta -producida por el ansia de la ingestión- con el vertido, por el congestionado gráznate, de cualquier bebida espirituosa. En especial de aquellas de burbujas, tan comunes en estas fiestas, con resultados impredecibles. Y es que, en más de una ocasión, hemos podido observar como el cosquilleo de las pompas ocasiona la inoportuna expectoración que se traduce en un repentino viaje de las inocentes semillas de ajonjolí que sirven de ornato al polvorón (y toda aquella masa que le acompaña). Momento éste en el que comienza una inesperada diáspora, donde las semillas son violentamente expulsadas con una serie de apasionados esputos, para terror del resto de comensales.
Así que desde aquí queremos rendir un merecido homenaje al almendro y a su distinguido fruto, como parte esencial de nuestras fiestas navideñas.
¡Tan solo nos queda desearos unas Felices Fiestas, llenas de almendras, aunque seguro que más de uno, en algún momento tendrá la tentación del empleo de su variedad amarga!