Como señalábamos en la 1ª entrega, son reducidas las citas referidas al paisaje natural o a la vegetación espontánea por parte de Miguel de Cervantes en esta obra. Pero aunque decimos que son escasas, algunas existen y son de sumo interés. El primer caso al que haremos referencia es el castaño común (Castanea sativa L.). Estos árboles son citados en tan sólo dos ocasiones en el capítulo: “la jamás vista y oída aventura de los batanes”, donde Rocinante y el jumento, Quijote y Sancho llegan a temer por sus vidas. Narra Cervantes como sigue:
“Acabó en esto de descubrirse el alba, y de parecer distintamente las cosas, y vio Don Quijote que estaba entre unos árboles altos, que ellos eran castaños, que hacen la sombra muy escura.”
Y en efecto así debe ser, pues si por algo destaca el castaño es por su majestuosa copa, cargada de follaje que se traduce bajo él en una densa y compacta umbría. Dicha aventura se localiza muy cerca de Sierra Morena y de nuevo es veraz el autor pues -sin entrar en la conocida polémica de si son poblaciones naturales o fueron favorecidas por los romanos- aún en la actualidad podemos ver numerosos ejemplares por aquellas tierras.
Pero más inverosímil parece la primera cita que al haya (Fagus sylvatica L.) refiere el autor en la también primera parte de la obra. Esta cita -en la segunda parte existen otras seis referencias- la recoge un cabrero que habla de una curiosa historia con Don Quijote asegurando su existencia:
“No está muy lejos de aquí un sitio donde hay casi dos docenas de altas hayas, y no ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado el nombre de Marcela...”
Esta conversación se desarrolla por el Sur de la Mancha, cerca de la conocida localidad Puerto Lápice, lugar en donde no parece posible por sus exigencias ecológicas la supervivencia de esta especie. Las cinco alusiones siguientes, parecen localizarse en las inmediaciones del valle del Ebro, lo que podría convertirlas en auténticas, pues todavía hoy se observan magníficos ejemplares por aquellas regiones. Pero si dudábamos de la verosimilitud de la primera cita dudaremos igualmente de la última, que se sitúa a dos jornadas de la aldea de Don Quijote, de nuevo en “algún lugar de La Mancha”, área forzosamente exenta de esta especie.
El siguiente árbol que cita Cervantes en referencia a la vegetación natural es el fresno castellano (Fraxinus angustifolia Vahl.), única alusión a esta especie en la primera parte del libro. Este árbol sirve de reposo a un supuesto mozo que se lava los pies en un cercano arroyo, si bien para sorpresa del cura amigo de Don Quijote -y según va desprendiéndose de su ropa- no era sino moza. Esta cita describe con claridad el hábitat del fresno castellano. Su preferencia por cierta humedad edáfica es la causa por la que se sitúa esta especie cerca de los cursos de agua, y a diferencia de lo que comúnmente se cree, puede habitar en condiciones de encharcamiento continuado localizadas en la primera banda de la vegetación riparia.
Pero además del fresno se citan otras especies arbóreas ligadas a los cursos de agua y sus formaciones de ribera. Tal es el caso de los sauces (Salix sp.), de los que el autor no da pistas para poder identificarlos; o la común alameda aludiendo casi siempre a la típica formación de álamo negro (Populus nigra L.). Si bien es cierto que en una ocasión parece vislumbrarse la referencia al también conocido con el nombre vernáculo de álamo o negrillo (Ulmus minor Miller), que en el resto de la obra que nos ocupa se le da el nombre de olmo. Uno de los casos más claros pudiera ser aquel que a continuación reflejamos:
“Sentábase en un poyo que debajo de un gran álamo está en nuestra plaza, y allí nos tenía a todos la boca abierta, pendientes de las hazañas que nos iba contando.”
Esta descripción nos recuerda esas imágenes típicas de las plazas de los pueblos castellanos. En estos lugares los malogrados olmos fueron el indiscutible centro de reunión de interminables charlas de mayores y no tanto; aquí, tal vez Cervantes a su generosa sombra engendró algunas de las más famosas aventuras de Don Quijote. Pero ahora, perdido ese protagonismo no son más que árboles desterrados de aldeas y villas que hoy agonizan en pequeños retales dispersos por el territorio, donde la cruel grafiosis los ha relegado quedando a merced de esta canalla enfermedad que se empeña en hacerlos desaparecer. Estampas que difícilmente podremos recuperar y que pronto se perderán de nuestra limitada memoria. Una pérdida más, ¿a quien le importa?. Pero no nos dejemos llevar por estas desdichas que tal vez ahora no vengan al caso y retomemos el hilo de nuestra historia. Decíamos que, sin poderlo asegurar con rotundidad, más parece que Don Miguel de Cervantes se refiera no al álamo negro sino al propio negrillo, esto es un olmo...
Alejados de orillas de ríos y arroyos, Cervantes -como no podía ser de otra manera- no se olvida de mencionar uno de los géneros de árboles más destacados y característicos de nuestro país. Nos estamos refiriendo, como muchos lectores ya se habrán imaginado, al género Quercus. Dicho género incluye encinas, alcornoques, quejigos y robles, árboles responsables de las estampas más características de la Península Ibérica. Comencemos por aquella especie menos citada, reflejo sin duda de una menor abundancia en los paisajes por los que transitan estos peculiares personajes y nueva prueba de la fidelidad de la obra en la descripción de su vegetación. Se cita en tan sólo una ocasión al roble, un nombre vernáculo que dada la localización geográfica de esta reseña no se refiere a los verdaderos robles. En efecto, más parece el autor aludir en esta ocasión al quejigo (Quercus faginea Lam. subsp. faginea), especie que se conoce también como roble, roble carrasqueño o roble-quejigo ; posible causa de la confusión. La distribución actual de este árbol es más bien dispersa por todo el territorio, no formando nunca grandes masas y refugiándose en aquellas áreas que retienen un poco más de humedad.
Termófilo pero con cierta preferencia a vegetar sobre suelos frescos, húmedos e inevitablemente ácidos, el alcornoque (Quercus suber L.) es común en ciertas áreas donde transcurren las variadas aventuras, por tanto son también abundantes sus referencias en la obra. El alcornoque fue empleado por el miedoso Sancho como rústico refugio, mientras su amo se debatía en duelo con el posteriormente derrotado Caballero de los Espejos. Pero la reseña de mayor interés referida a este árbol viene dada cuando menciona a sus agallas: “agallas alcornoqueñas”, decía el buen Sancho. Recordemos que las agallas o cecidias, más conocidas en ambientes rurales como “bogallas” o “gállaras“, son unas curiosas formaciones, en no pocas ocasiones confundidas con los frutos, que crea el árbol tras la alteración provocada generalmente por la puesta de huevos de algún insecto. Como recurso defensivo, el árbol genera estas curiosas formaciones que en función de la especie de insecto a que pertenezca poseen una u otro aspecto . Como muchas especies del género Quercus es común que el alcornoque se vea afectado por insectos cinípidos causantes de estas curiosas estructuras.
Finalmente, le toca el turno a la encina (Quercus ilex subsp. ballota (Desf.) Samp.) un árbol que domina en el paisaje por donde transcurren las aventuras de esta pareja de desdichados. Y una vez más acierta Cervantes, pues es lógico que sea con diferencia la especie arbórea más mencionada; la encina es -con sus 40 citas- el árbol más citado de esta novela. Se habla de su fruto, de sus bosques, pero también de esa interesante técnica ancestral: la dehesa. Complejo sistema de utilización que forma ecosistemas semi-naturales donde coexiste un perfecto equilibrio entre el aprovechamiento económico y el respeto hacia el medio natural. La dehesa, consiste en un bosque aclarado, donde se emplean desde tiempos ancestrales sus espacios libres para pastos. Áreas dedicadas mayoritariamente al ganado vacuno, creando uno de los paisajes culturales más interesantes de la Península Ibérica.
Pero antes de terminar este capítulo sobre la vegetación natural no queremos dejar de referir la nula alusión en todo el recorrido hasta Barcelona de los pinos. Observando los mapas de distribución de la vegetación natural parece en alguna ocasión Don Quijote y Sancho debieron forzosamente que pasar por tierras de pinares. Estas formaciones se compondrían probablemente de pino resinero (Pinus pinaster Ait.) o pino laricio (Pinus nigra Arn. subsp. salzmannii (Dunal) Franco). En la obra tan solo encontramos mención a esta conífera -sin especificar la especie- en un par de ocasiones que trataremos en líneas posteriores referidas a otras distintas aplicaciones y usos. Sorprende que en el Quijote apócrifo de Alonso Fernández de Avellaneda, con una ruta similar aluda en al menos 20 ocasiones la presencia de los pinos como parte de la vegetación natural. ¿Cual es la justificación de Miguel de Cervantes para no contar con su presencia Tal vez ninguna o quizá no le agradaban los pinos, pues ya se sabe que como autor Don Miguel estaba más que legitimado a modificar la realidad a su capricho; ¡o acaso no convirtió los molinos en gigantes y las posadas en grandiosas fortalezas!
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Texto publicado en la revista "La cultura del árbol" 2.007
“Acabó en esto de descubrirse el alba, y de parecer distintamente las cosas, y vio Don Quijote que estaba entre unos árboles altos, que ellos eran castaños, que hacen la sombra muy escura.”
Y en efecto así debe ser, pues si por algo destaca el castaño es por su majestuosa copa, cargada de follaje que se traduce bajo él en una densa y compacta umbría. Dicha aventura se localiza muy cerca de Sierra Morena y de nuevo es veraz el autor pues -sin entrar en la conocida polémica de si son poblaciones naturales o fueron favorecidas por los romanos- aún en la actualidad podemos ver numerosos ejemplares por aquellas tierras.
Pero más inverosímil parece la primera cita que al haya (Fagus sylvatica L.) refiere el autor en la también primera parte de la obra. Esta cita -en la segunda parte existen otras seis referencias- la recoge un cabrero que habla de una curiosa historia con Don Quijote asegurando su existencia:
“No está muy lejos de aquí un sitio donde hay casi dos docenas de altas hayas, y no ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado el nombre de Marcela...”
Esta conversación se desarrolla por el Sur de la Mancha, cerca de la conocida localidad Puerto Lápice, lugar en donde no parece posible por sus exigencias ecológicas la supervivencia de esta especie. Las cinco alusiones siguientes, parecen localizarse en las inmediaciones del valle del Ebro, lo que podría convertirlas en auténticas, pues todavía hoy se observan magníficos ejemplares por aquellas regiones. Pero si dudábamos de la verosimilitud de la primera cita dudaremos igualmente de la última, que se sitúa a dos jornadas de la aldea de Don Quijote, de nuevo en “algún lugar de La Mancha”, área forzosamente exenta de esta especie.
El siguiente árbol que cita Cervantes en referencia a la vegetación natural es el fresno castellano (Fraxinus angustifolia Vahl.), única alusión a esta especie en la primera parte del libro. Este árbol sirve de reposo a un supuesto mozo que se lava los pies en un cercano arroyo, si bien para sorpresa del cura amigo de Don Quijote -y según va desprendiéndose de su ropa- no era sino moza. Esta cita describe con claridad el hábitat del fresno castellano. Su preferencia por cierta humedad edáfica es la causa por la que se sitúa esta especie cerca de los cursos de agua, y a diferencia de lo que comúnmente se cree, puede habitar en condiciones de encharcamiento continuado localizadas en la primera banda de la vegetación riparia.
Pero además del fresno se citan otras especies arbóreas ligadas a los cursos de agua y sus formaciones de ribera. Tal es el caso de los sauces (Salix sp.), de los que el autor no da pistas para poder identificarlos; o la común alameda aludiendo casi siempre a la típica formación de álamo negro (Populus nigra L.). Si bien es cierto que en una ocasión parece vislumbrarse la referencia al también conocido con el nombre vernáculo de álamo o negrillo (Ulmus minor Miller), que en el resto de la obra que nos ocupa se le da el nombre de olmo. Uno de los casos más claros pudiera ser aquel que a continuación reflejamos:
“Sentábase en un poyo que debajo de un gran álamo está en nuestra plaza, y allí nos tenía a todos la boca abierta, pendientes de las hazañas que nos iba contando.”
Esta descripción nos recuerda esas imágenes típicas de las plazas de los pueblos castellanos. En estos lugares los malogrados olmos fueron el indiscutible centro de reunión de interminables charlas de mayores y no tanto; aquí, tal vez Cervantes a su generosa sombra engendró algunas de las más famosas aventuras de Don Quijote. Pero ahora, perdido ese protagonismo no son más que árboles desterrados de aldeas y villas que hoy agonizan en pequeños retales dispersos por el territorio, donde la cruel grafiosis los ha relegado quedando a merced de esta canalla enfermedad que se empeña en hacerlos desaparecer. Estampas que difícilmente podremos recuperar y que pronto se perderán de nuestra limitada memoria. Una pérdida más, ¿a quien le importa?. Pero no nos dejemos llevar por estas desdichas que tal vez ahora no vengan al caso y retomemos el hilo de nuestra historia. Decíamos que, sin poderlo asegurar con rotundidad, más parece que Don Miguel de Cervantes se refiera no al álamo negro sino al propio negrillo, esto es un olmo...
Alejados de orillas de ríos y arroyos, Cervantes -como no podía ser de otra manera- no se olvida de mencionar uno de los géneros de árboles más destacados y característicos de nuestro país. Nos estamos refiriendo, como muchos lectores ya se habrán imaginado, al género Quercus. Dicho género incluye encinas, alcornoques, quejigos y robles, árboles responsables de las estampas más características de la Península Ibérica. Comencemos por aquella especie menos citada, reflejo sin duda de una menor abundancia en los paisajes por los que transitan estos peculiares personajes y nueva prueba de la fidelidad de la obra en la descripción de su vegetación. Se cita en tan sólo una ocasión al roble, un nombre vernáculo que dada la localización geográfica de esta reseña no se refiere a los verdaderos robles. En efecto, más parece el autor aludir en esta ocasión al quejigo (Quercus faginea Lam. subsp. faginea), especie que se conoce también como roble, roble carrasqueño o roble-quejigo ; posible causa de la confusión. La distribución actual de este árbol es más bien dispersa por todo el territorio, no formando nunca grandes masas y refugiándose en aquellas áreas que retienen un poco más de humedad.
Termófilo pero con cierta preferencia a vegetar sobre suelos frescos, húmedos e inevitablemente ácidos, el alcornoque (Quercus suber L.) es común en ciertas áreas donde transcurren las variadas aventuras, por tanto son también abundantes sus referencias en la obra. El alcornoque fue empleado por el miedoso Sancho como rústico refugio, mientras su amo se debatía en duelo con el posteriormente derrotado Caballero de los Espejos. Pero la reseña de mayor interés referida a este árbol viene dada cuando menciona a sus agallas: “agallas alcornoqueñas”, decía el buen Sancho. Recordemos que las agallas o cecidias, más conocidas en ambientes rurales como “bogallas” o “gállaras“, son unas curiosas formaciones, en no pocas ocasiones confundidas con los frutos, que crea el árbol tras la alteración provocada generalmente por la puesta de huevos de algún insecto. Como recurso defensivo, el árbol genera estas curiosas formaciones que en función de la especie de insecto a que pertenezca poseen una u otro aspecto . Como muchas especies del género Quercus es común que el alcornoque se vea afectado por insectos cinípidos causantes de estas curiosas estructuras.
Finalmente, le toca el turno a la encina (Quercus ilex subsp. ballota (Desf.) Samp.) un árbol que domina en el paisaje por donde transcurren las aventuras de esta pareja de desdichados. Y una vez más acierta Cervantes, pues es lógico que sea con diferencia la especie arbórea más mencionada; la encina es -con sus 40 citas- el árbol más citado de esta novela. Se habla de su fruto, de sus bosques, pero también de esa interesante técnica ancestral: la dehesa. Complejo sistema de utilización que forma ecosistemas semi-naturales donde coexiste un perfecto equilibrio entre el aprovechamiento económico y el respeto hacia el medio natural. La dehesa, consiste en un bosque aclarado, donde se emplean desde tiempos ancestrales sus espacios libres para pastos. Áreas dedicadas mayoritariamente al ganado vacuno, creando uno de los paisajes culturales más interesantes de la Península Ibérica.
Pero antes de terminar este capítulo sobre la vegetación natural no queremos dejar de referir la nula alusión en todo el recorrido hasta Barcelona de los pinos. Observando los mapas de distribución de la vegetación natural parece en alguna ocasión Don Quijote y Sancho debieron forzosamente que pasar por tierras de pinares. Estas formaciones se compondrían probablemente de pino resinero (Pinus pinaster Ait.) o pino laricio (Pinus nigra Arn. subsp. salzmannii (Dunal) Franco). En la obra tan solo encontramos mención a esta conífera -sin especificar la especie- en un par de ocasiones que trataremos en líneas posteriores referidas a otras distintas aplicaciones y usos. Sorprende que en el Quijote apócrifo de Alonso Fernández de Avellaneda, con una ruta similar aluda en al menos 20 ocasiones la presencia de los pinos como parte de la vegetación natural. ¿Cual es la justificación de Miguel de Cervantes para no contar con su presencia Tal vez ninguna o quizá no le agradaban los pinos, pues ya se sabe que como autor Don Miguel estaba más que legitimado a modificar la realidad a su capricho; ¡o acaso no convirtió los molinos en gigantes y las posadas en grandiosas fortalezas!
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Texto publicado en la revista "La cultura del árbol" 2.007
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