13 de marzo de 2012

La errática zamarraga. Revista Quercus Nº 309

Cichorium intybus

La zamarraga (Conyza canadensis) se establece
sin dificultad en bordes de carreteras y caminos
e incluso llega a ser la especie dominante en estos
suelos alterados.

A pesar de su origen foráneo, la zamarraga se ha extendido por toda la península Ibérica gracias a sus eficaces sistemas de dispersión y a su legendaria fortaleza. Es tan tenaz que llega incluso a resistir los herbicidas aplicados por el hombre.

Nombres tan peculiares como “zamarraga”, “zancaraña”, “escoba” o “rabo de gato” son algunas de las denominaciones populares de la hierba protagonista de este mes.

Probablemente sea su aspecto algo grosero y desaliñado lo que no inspira denominaciones más amables. La zamarraga pocas veces llama la atención y es que pertenece a ese grupo de plantas desdeñadas que siempre pasan desapercibidas. Surge casi por casualidad, en abundancia, en terrenos baldíos, entre retales urbanos o cunetas de viales aparentemente vacíos de vida, espacios a los que algunos somos aficionados. Lo cierto es que no posee grandes flores, atractivos frutos ni tan siquiera llamativos colores que reclamen su presencia; sin embargo, conocer esta planta nos deparará interesantes sorpresas.

La zamarraga (Conyza canadensis) es una hierba anual de sorprendente altura, capaz de alcanzar el metro y medio de desarrollo. Posee un tallo pobremente ramificado y cubierto de escasas hojas simples. Las flores están dispuestas en abundantes capítulos muy pequeños, localizadas hacia los extremos de dichos tallos. Florece a finales del otoño o principios del invierno, cuando pocas son las especies que se atreven a mostrar sus flores. Y es que el “venadillo” –como también se la conoce– tiene una floración tardía que favorece precisamente su éxito invasivo.

Rasgos botánicos

El ciclo vegetativo de la especie comienza a finales del verano o principios del otoño, un tiempo en el cual la flora mediterránea se encuentra en reposo. Debe, sin embargo, ofrecer una alta resistencia a la sequía y eludir a los depredadores, inconvenientes que soluciona con unas escasas y reducidas hojas que limitan su deshidratación y ciertas sustancias tóxicas que disuaden las tentaciones de cualquier herbívoro. Desarrolla incluso sus propios sistemas de defensa contra otras hierbas, para lo que emite sustancias con efectos alelopáticos que inhiben el desarrollo de otras especies competidoras. Su firmeza es tal que actualmente se ha detectado una llamativa resistencia capaz de soportar incluso las aplicaciones de Glifosato, conocido componente activo de algunos herbicidas.
Tras sus discretas flores aparecen unas reducidas semillas adornadas de finísimas fibras blancas (vilanos), muy eficaces para la dispersión siempre y cuando cuenten con la ayuda del viento (anemocoria), estrategia típica en la gran familia de las Compuestas. No obstante, se ha observado que podrían intervenir asimismo algunos animales (epizoocoria) en su diáspora (1).

Por otra parte, puede resultarnos extraño que esta planta, aún siendo tan abundante, proceda de América del Norte. Aunque podemos encontrarla por toda la Península, su introducción en Europa no está del todo resuelta. Algunos autores aseguran que se conocía desde mediados del siglo XV. Sin embargo, existe otra teoría que establece su llegada a Europa a mediados del siglo XVII: concretamente, la especie aparece citada en un catálogo de las plantas cultivadas en el jardín de Blois, en pleno valle del Loira (Francia), allá por el año 1655. De hecho, se han recogido referencias posteriores a su presencia en diversos puntos de Francia, como París y Montpellier. En cualquier caso, a comienzos del siglo XX Thellung sostenía la hipótesis de que la planta habría llegado a Europa en el XVII, curiosamente dentro de un ave americana disecada, pues los frutos de Conyza canadensis eran empleados por aquel entonces como relleno de las pieles en los talleres de taxidermia (2). La primera cita en España, fechada en 1784, corresponde al botánico José Quer, quien señala su presencia en campos, huertos y jardines (3).

Finalmente, la zamarraga se ha comportado también como invasora en muchas otras regiones del globo, como Australia, Nueva Zelanda y Suráfrica, además de en América meridional y central e incluso en las Antillas.

Fines prácticos

A pesar de su origen foráneo, Conyza canadensis no puede considerarse una planta invasora en sentido estricto, pues ha podido comprobarse que tiene poca capacidad para colonizar ambientes que no hayan sido previamente perturbados. Por este motivo, es difícil que afecte a las especies y poblaciones de la flora local. La zamarraga sólo se establece en aquellos lugares con un alto grado de degradación, aunque, eso sí, lo hará con suma rapidez. Por lo tanto, en ocasiones resulta valiosa su colaboración en la revegetación de áreas muy alteradas, pues estabiliza rápidamente el terreno.

En cuanto a sus usos populares, la propia etimología del nombre genérico delata una conocida aplicación. El término Conyza proviene del griego kónops, “mosquito”, en alusión a su capacidad para repeler a estos y a otros insectos. Incluso se ha llegado a emplear para librarse de las pulgas. Algunos autores, sin embargo, sitúan su procedencia etimológica en la palabra griega konudza, que significa “sarna”, lo que relacionaría a la planta con el tratamiento de esta acarosis (4). Dado el origen de la planta, muchas de estas propiedades fueron habitualmente aprovechadas por diversas tribus indígenas de Estados Unidos.

Pero la zamarraga tiene otras muchas aplicaciones medicinales, tanto en Europa como en América. Destaca su empleo en el tratamiento de la diarrea, la gota y las insuficiencias hepáticas. La infusión de las flores al 2 ó 3%, tomada dos o tres veces al día, tiene propiedades astringentes, diuréticas y antiinflamatorias.


Bibliografía


(1) Dana, E. y otros autores (2005). Especies vegetales invasoras en Andalucía. Consejería de Medio Ambiente. Junta de Andalucía. Sevilla.
(2) Sanz Elorza, M. (2006). La flora alóctona del Altoaragón. Gihemar. Madrid.
(3) Sanz Elorza, M. y otros autores (2004). Atlas de plantas alóctonas invasoras en España. Ministerio de Medio Ambiente. Madrid.
(4) Velasco Santos, J.M. (2009). Guía de plantas útiles y perjudiciales en Castilla y León. Caja Duero y Ediciones Témpora. Salamanca.

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