La lagartija rockera (lagartija antes conocida como roquera) sale de su guarida apenas ha amanecido porque tiene que beberse el rocío antes de que se evapore. Lo hace con prisa, pero también con preocupación para que no se la coman sus enemigos, que lo son por naturaleza, sin resquemores, ni mala leche. Es que les ha tocado más arriba en el triángulo de la devoración (pirámide trófica). Ellos, los enemigos, no eligen la dieta como nosotros. Que si hoy lenguado al horno, que si mañana tortelini, al otro chuletas…No, en su ADN pone “lagartija” y ellos tienen que comer lagartija. Y en el ADN de la lagartija pone: “saltamontes, hormigas, cucaracha pequeña y bichejos afines”. Y si por una malformación genética pone, por ejemplo “oso”, entonces esa lagartija se muere. De hambre y de incomprensión. Porque las lagartijas no pueden comer oso. La lagartija no lee el periódico, ni ve la televisión, obedece sólo a su instinto. Y por eso, después de beber el rocío toca comer. Acechará por aquí y por allá, y con suerte pillará algún insecto poco precavido, y con suerte escapará de sus depredadores.
La vida es muy dura para una lagartija, más incluso para una lagartija rockera, y la muerte espera detrás de cada esquina como en una película de Tarantino. La lagartija marca su territorio con los propios excrementos (para que lo entiendan los no expertos, los excrementos son las caquitas) porque, aunque ha desarrollado habilidades muy importantes, todavía no sabe manipular el vinilo rígido resistente a la intemperie y no puede hacer carteles. La lagartija es rápida y lista, pero no demasiado. Lo justo. Si la lagartija, por ejemplo, por su mutación o porque entrena mucho, se vuelve super rápida o super lista entonces ya no se la comen nunca las cornejas y ellas – las lagartijas- se meriendan a todos los saltamontes que pillan.
El saltamontes entonces entra en peligro de extinción por exceso de lagartijas y la corneja no es capaz de atrapar a ninguna y también entra en peligro de extinción por inanición. O tiene que cambiar de alimento y fastidia a otro grupo de animales que vivían tan tranquilos. En cualquier caso: catástrofe ecológica. Y no conviene que las lagartijas provoquen una catástrofe ecológica porque para eso ya estamos los Homo sapiens (y los hetero sapiens). Que de sapiens, desde luego, más bien poco.
Las lagartijas en cuestiones amatorias se parecen bastante a los humanos, es decir, cada una se va buscando la vida como puede y el éxito o el fracaso dependen mucho de cómo esté el percal esa temporada. Pero a diferencia de los humanos, que muchas veces lo hacemos por vicio, ellas lo hacen siempre, siempre, siempre por supervivencia. En eso, la verdad, la evolución no nos ha venido bien, porque ahora los instintos los hemos supeditado al protocolo, las buenas costumbres y últimamente incluso a lo políticamente correcto, cada vez es más difícil comerse una rosca.
Aunque las lagartijas no sepan manejar el vinilo rígido como algunos motoristas, tienen una gran ventaja sobre éstos, y es que si una lagartija en un accidente pierde la cola le vuelva a crecer. Algunos motoristas van por la carretera como si fueran lagartijas, y luego pasa lo que pasa. Si en la sexualidad, como hemos explicado antes, las lagartijas y las personas somos parecidas, en el matar no hay comparación. Una lagartija sólo mata lo que necesita comer. En cambio los hombres siempre hemos matado mucho más de lo que nos íbamos a comer. Esto, según mi padre, se llama: se te hace más el ojo que el cuajo.
El sol empieza a vaguear, se pone colorado y nuestra lagartija echa cuentas. Si ha bebido, ha comido, no se ha dejado comer, ha puesto las caquitas en su sitio y se ha camelado alguna hembra (o macho), el día lo puede dar, no por bueno, sino por excelente. Y regresará a su escondrijo con la cabeza bien alta (como especie, no a título personal, que ella no quiere protagonismos) y la conciencia bien tranquila.
Texto publicado por La Casa Encendida para la Exposición: "Ecosistema Ciudad" 2.004. Autor: Oscar Rivilla
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