Dibujo publicado en el libro:
Flora natural de Valdemorillo. I Plantas leñosas.(2005)
Texto publicado en la revista "La cultura del árbol" 2.007
La siguiente especie es ampliamente conocida por todos los lectores y no provocará trifulca alguna, nos referimos a la común higuera, por Ficus carica L. la conocen los más sabedores. Para unos, gran arbusto, para otros, pequeño árbol; sea como fuere, es una leñosa siempre fiel al hombre que acompaña desde tiempos ancestrales. Don Miguel de Cervantes emplea hasta cuatro términos para referirse a ella o su progenie, atreviéndose a citar sus dos tipos de infrutescencias: brevas e higos, pero vayamos por partes que todo llegará.
Comencemos primero por el término cabrahigo, citado en dos ocasiones del segundo volumen de la novela que estamos tratando. Como cabrahigo se conoce popularmente a la higuera silvestre, de pobres y menguados frutos, apenas carnosos y escasa generosidad, hecho que justifica que ni tan siquiera el sempiterno voraz Sancho los adquiriera como avituallamiento acompañando en su alforja a otras similares mezquindades. Calificado el cabrahigo por algunos botánicos como variedad de la especie tipo -Ficus carica var. caprificus autc.- Flora Ibérica no parece estar muy de acuerdo al asegurar que es el mismo taxon. El cabrahigo surge de forma natural en roquedos y descampados, allí donde es llevado por la escatológica diseminación avícola, pues estas sí aprecian sus frutos.
Los que sí han sido apreciados por numerosas culturas han sido los frutos de la higuera, planta necesariamente cultivada por el hombre. Tratemos ahora los preciados términos citados con anterioridad: brevas e higos, siempre confusos y de complejo entendimiento. A pesar de su usual presencia la higuera guarda algunos interesantes enigmas que tienen que ver con su particular biología. ¿O acaso alguien ha conocido flor alguna en la higuera? Pero no desvelaremos aquí todos sus secretos y hablemos brevemente tan sólo de la complejidad de sus frutos. Si bien, algunos llegan a ponerlo en duda, ambos frutos -brevas e higos- proceden de la misma planta, aunque en épocas diferentes. En efecto, las inflorescencias primaverales se convertirán en higos durante el otoño; por el contrario, las inflorescencias del verano comenzarán su desarrollo pero detendrán su crecimiento durante el invierno, comenzando de nuevo en la primavera siguiente y madurando en junio de ese nuevo año. Esto hace que las brevas tengan un aspecto y sabor muy distinto al de los higos. Las brevas son de difícil secado, por lo que casi siempre se comen frescas y maduras. Quizá por ello, el canalla del Duque, que tantas malicias ingenió contra Don Quijote y su escudero, al referirse a las facultades que como gobernador debe tener el bueno de Sancho las compare con la breva madura:
“Pues en verdad, amigo Sancho -dijo el duque-, que si no os ablandáis más que una breva madura, que no habéis de empuñar el gobierno.”
Por último, se refiere el texto a los higos secos, citados por Cervantes como higos pasos. Innumerables son las formas de preparación y condimentación de estos deliciosos frutos y que ahora no parece que venga al caso. Anhelamos las muy diversas y muy fantásticas formas de secar y preparar los higos secos con resultados más que exquisitos dignos de ser contados. Si bien, disciplinados, evitaremos nuestra natural tendencia a la deriva y tan solo añadiremos que nosotros los recomendamos acompañados de un poco de jamón, aceite de oliva y albahaca...
Bien, a pesar de nuestro cruel apetito, y tras desalentarnos una vez más al examinar el contenido de nuestro ligero zurrón, hacemos de tripas corazón y proseguimos nuestra ruta. Y he aquí que otro fruto viene a sustituir al higo en protagonismo, la nuez es mencionada en al menos 6 ocasiones, procedente del nogal (Juglans regia L.) al que no se hace mención ninguna. Y así, ya vimos líneas arriba que las nueces eran parte del contenido de las alforjas de Sancho junto con algarrobas y avellanas. Pero como decimos también se cita en otras ocasiones siempre como parte de una comitiva culinaria de escaso contenido y viandas. Por último, para aquellos de testas lampiñas quizá les interese conocer que Dioscórides (siglo I) aseguraba en su Materia Medica interesantes virtudes de la nuez: “...embellece el cabello y puebla las alopecias”, ¡ahí es nada!
Tan solo una única mención se hace a la manzana, y la hace el propio Don quijote para dejar clara la valía de aquel famoso bálsamo, llamado de Fierabrás del que ya dedicamos líneas suficientes en anteriores artículos. Y así dice el hidalgo manchego:
“Luego me darás a beber solo dos tragos del bálsamo que he dicho, y verásme quedar más sano que una manzana”.
Manzana procedente como es lógico del manzano cultivado esto es Malus sylvestris (L.) Miller subsp. mitis (Wallr.) Mans., aunque también conocido por el nombre científico de Malus domestica Borkh.
Y si recurrimos al saber popular hay que atender, que todavía hoy se emplea el dicho: “Estas más sano que una manzana” o el refrán que reza “Una manzana cada mañana, aparta al médico de la cama”. Y como habitualmente ocurre, el acerbo popular acierta de pleno, pues hace tiempo que se sabe de las beneficiosas propiedades de este fruto. Y es que las propiedades salutíferas de la manzana, han sido reconocidas desde la antigüedad. Para los hebreos el término que define al manzano es thapuah (lo que huele bien), en clara alusión al aroma de sus frutos. Y en el Cantar de los Cantares se emplea esta cualidad para alabar a la amada:
“El perfume de tu aliento es como el de las manzanas”.
Dicen incluso que es fuente de lozanía y en la mitología griega, cuando los dioses comenzaban a envejecer, comían manzanas para recuperar la juventud.
Otra especie que tan solo es citada en una ocasión es el níspero (Mespilus germanica L.), si bien parece suficiente para provocar el enojo al noble gobernador Sancho. A pesar de su aire pacífico y bonachón, la paciencia de Sancho parece agotarse amenazando con impartir unos cuantos garrotazos a diestro y siniestro, en especial dirigidos al supuesto médico que le impone la cruel abstinencia culinaria:
“... mas lo que yo sé que ha de comer el señor gobernador ahora para conservar su salud y corroborarla, es un ciento de cañutillos de suplicaciones y unas tajadicas subtiles de carne de membrillo, que te asienten el estómago y le ayuden a la digestión.”
Médico poco formado en estos trámites si pensamos que no es precisamente el níspero la fruta más adecuada para posibles problemas de estómago, pues es conocido que su fruto si no está bien maduro resulta ser todo lo contrario: áspero e indigesto. Si bien sabemos, que todo esto no era más que una treta para que el pobre Sancho perdiera las ganas de gobernar.
Todavía hoy se encuentra en perfecta actualidad el dicho “pedirle peras al olmo”, que sabemos de buena tinta que es como pedir algo imposible, pues que sepamos no es fácil que ningún olmo dé peras. Dicha expresión ya era empleada en tiempos de Cervantes como lo atestiguan las tres veces que es citada, incluso por el propio Don Quijote. Pero en esta ocasión también se cita al árbol llamado piruétano, que bien pusiera ser la especie asilvestrada de Pyrus communis L. o, tal vez, P. bourgaeana Decne, ambos de reducidos y escuálidos frutos; con cualidades muy alejadas de los manjares, incluso para estómagos de escuderos, tal y como le replica el escudero del Caballero del Bosque a Sancho:
“-Por mi fe, hermano -replicó el del Bosque-, que yo no tengo hecho el estómago a tagarninas ni a piruétanos, ni a raíces de los montes.”
Pues guárdense ustedes de probar estos frutos, pues tal vez su amargor haga perder parte de sus papilas gustativas, por muy buen gallardo que sea.
Como no podría ser de otra manera, la abundancia del olivo en más de la mitad del territorio Ibérico queda patente por Cervantes. Se cita hasta en 12 ocasiones este árbol, si bien sus referencias son indirectas refiriéndose no al árbol sino a su fruto: la oliva -también citada como aceituna- y, el subproducto de ésta, el aceite. Gregorio de los Ríos en su obra Agricultura de jardines (1592) alaba las numerosas aplicaciones que tiene este árbol para el hombre:
“La oliva es el árbol que tanto provecho y estima, que no podré encarecerlo, assí para la luz, como para los guisados, y cosas de botica: y el principal de todo lo que sirve, y aprovecha en los Templos, todos avían de tener este árbol sobre los ojos, y avían de plantar millones dellos, pues duran tantos años, y después de viejos tornar a resucitar...”
Por último, terminados ya los frutos comestibles hablemos un poco de una de las escasas coníferas que cita Don Miguel de Cervantes en su obra. Y aquí, y ahora, denunciamos como, entre persuasiones y vituperios, fue de nuevo engañado el bueno del gobernador Sancho, al que le hicieron creen que su ínsula era atacada por numerosos enemigos humillándolo en deshonrosa postura. Y así, hemos de saber, como uno de los malvados lacayos del Duque sugirió, para repeler el asalto del invisible enemigo, el empleo de:
“¡...pez y resina en calderas de aceite ardiendo!”
Dicho empleo parece acertado para ese fin, siempre que se quiera aumentar la temperatura del caldo mortal y darle una mejor adherencia para escaldar con mayor efectividad las pieles de los supuestos asaltantes. Tres productos de origen vegetal componen el brebaje, pez y resina, procedentes por regla general de uno de los pinos más conocidos de la Península Ibérica, el pino resinero (Pinus pinaster Aiton.); y el aceite, que hace partícipe de esta mixtura de guerra a la especie anterior. Pero volviendo a la resina de esta común conífera, debemos conocer que se ha extraído desde tiempos inmemoriales haciendo unas incisiones en el tronco que alcanzan hasta las primeras capas de leño, recogiendo este pegajoso líquido en recipientes de barro durante el verano. La pez, sin embargo, aunque bien podría tratarse de la misma especie, se extrae de forma muy diferente. De la leña del pino resinero se debe quemar tan solo sus astillas de modo que no se inflamen y se consuman lentamente, para lo cual hay que asegurar la escasez de oxígeno cubriéndolo con ramas y tierra. De esta forma se consigue que la pez vaya surgiendo lentamente para ser recogida en un cacillo, muy empleada como aislamiento contra la humedad e incluso en uso tópico para algunas alteraciones de la piel.
Llegados al ocaso de nuestra aventura, aquí donde empezamos terminamos, en el anónimo lugar de la Mancha de donde partimos, ahora con el conocimiento de la triste noticia del fatal deceso de nuestro inolvidable protagonista. Aunque nos reconforta pensar que tan solo muere Alonso Quijano, apodado el bueno; pues en realidad, no fallece nuestro tan querido Don Quijote, que sigue errante por nuestras tierras representado por unos y otros, en luchas propias y ajenas, en sueños y desengaños. Sea este nuestro pequeño homenaje...
Finalmente, no nos queda más que advertir que, tal vez, tras esta aventura estemos ahora un poco menos cuerdos que cuando empezamos, quizá algo afectados por tanta lectura quijotesca y libros de caballería o simplemente llevados por la agradable locura de Don Quijote. Y así andamos algunos, en esto de la arboricultura y el paisajismo con lanza en ristre, en alguna que otra reyerta de esas inimaginadas aventuras, donde en ocasiones pretenden que veamos gigantes cuando no son más que molinos. Pero ya se sabe, como dijo Don Quijote “es infinito el número de tontos”...
Flora natural de Valdemorillo. I Plantas leñosas.(2005)
Texto publicado en la revista "La cultura del árbol" 2.007
La siguiente especie es ampliamente conocida por todos los lectores y no provocará trifulca alguna, nos referimos a la común higuera, por Ficus carica L. la conocen los más sabedores. Para unos, gran arbusto, para otros, pequeño árbol; sea como fuere, es una leñosa siempre fiel al hombre que acompaña desde tiempos ancestrales. Don Miguel de Cervantes emplea hasta cuatro términos para referirse a ella o su progenie, atreviéndose a citar sus dos tipos de infrutescencias: brevas e higos, pero vayamos por partes que todo llegará.
Comencemos primero por el término cabrahigo, citado en dos ocasiones del segundo volumen de la novela que estamos tratando. Como cabrahigo se conoce popularmente a la higuera silvestre, de pobres y menguados frutos, apenas carnosos y escasa generosidad, hecho que justifica que ni tan siquiera el sempiterno voraz Sancho los adquiriera como avituallamiento acompañando en su alforja a otras similares mezquindades. Calificado el cabrahigo por algunos botánicos como variedad de la especie tipo -Ficus carica var. caprificus autc.- Flora Ibérica no parece estar muy de acuerdo al asegurar que es el mismo taxon. El cabrahigo surge de forma natural en roquedos y descampados, allí donde es llevado por la escatológica diseminación avícola, pues estas sí aprecian sus frutos.
Los que sí han sido apreciados por numerosas culturas han sido los frutos de la higuera, planta necesariamente cultivada por el hombre. Tratemos ahora los preciados términos citados con anterioridad: brevas e higos, siempre confusos y de complejo entendimiento. A pesar de su usual presencia la higuera guarda algunos interesantes enigmas que tienen que ver con su particular biología. ¿O acaso alguien ha conocido flor alguna en la higuera? Pero no desvelaremos aquí todos sus secretos y hablemos brevemente tan sólo de la complejidad de sus frutos. Si bien, algunos llegan a ponerlo en duda, ambos frutos -brevas e higos- proceden de la misma planta, aunque en épocas diferentes. En efecto, las inflorescencias primaverales se convertirán en higos durante el otoño; por el contrario, las inflorescencias del verano comenzarán su desarrollo pero detendrán su crecimiento durante el invierno, comenzando de nuevo en la primavera siguiente y madurando en junio de ese nuevo año. Esto hace que las brevas tengan un aspecto y sabor muy distinto al de los higos. Las brevas son de difícil secado, por lo que casi siempre se comen frescas y maduras. Quizá por ello, el canalla del Duque, que tantas malicias ingenió contra Don Quijote y su escudero, al referirse a las facultades que como gobernador debe tener el bueno de Sancho las compare con la breva madura:
“Pues en verdad, amigo Sancho -dijo el duque-, que si no os ablandáis más que una breva madura, que no habéis de empuñar el gobierno.”
Por último, se refiere el texto a los higos secos, citados por Cervantes como higos pasos. Innumerables son las formas de preparación y condimentación de estos deliciosos frutos y que ahora no parece que venga al caso. Anhelamos las muy diversas y muy fantásticas formas de secar y preparar los higos secos con resultados más que exquisitos dignos de ser contados. Si bien, disciplinados, evitaremos nuestra natural tendencia a la deriva y tan solo añadiremos que nosotros los recomendamos acompañados de un poco de jamón, aceite de oliva y albahaca...
Bien, a pesar de nuestro cruel apetito, y tras desalentarnos una vez más al examinar el contenido de nuestro ligero zurrón, hacemos de tripas corazón y proseguimos nuestra ruta. Y he aquí que otro fruto viene a sustituir al higo en protagonismo, la nuez es mencionada en al menos 6 ocasiones, procedente del nogal (Juglans regia L.) al que no se hace mención ninguna. Y así, ya vimos líneas arriba que las nueces eran parte del contenido de las alforjas de Sancho junto con algarrobas y avellanas. Pero como decimos también se cita en otras ocasiones siempre como parte de una comitiva culinaria de escaso contenido y viandas. Por último, para aquellos de testas lampiñas quizá les interese conocer que Dioscórides (siglo I) aseguraba en su Materia Medica interesantes virtudes de la nuez: “...embellece el cabello y puebla las alopecias”, ¡ahí es nada!
Tan solo una única mención se hace a la manzana, y la hace el propio Don quijote para dejar clara la valía de aquel famoso bálsamo, llamado de Fierabrás del que ya dedicamos líneas suficientes en anteriores artículos. Y así dice el hidalgo manchego:
“Luego me darás a beber solo dos tragos del bálsamo que he dicho, y verásme quedar más sano que una manzana”.
Manzana procedente como es lógico del manzano cultivado esto es Malus sylvestris (L.) Miller subsp. mitis (Wallr.) Mans., aunque también conocido por el nombre científico de Malus domestica Borkh.
Y si recurrimos al saber popular hay que atender, que todavía hoy se emplea el dicho: “Estas más sano que una manzana” o el refrán que reza “Una manzana cada mañana, aparta al médico de la cama”. Y como habitualmente ocurre, el acerbo popular acierta de pleno, pues hace tiempo que se sabe de las beneficiosas propiedades de este fruto. Y es que las propiedades salutíferas de la manzana, han sido reconocidas desde la antigüedad. Para los hebreos el término que define al manzano es thapuah (lo que huele bien), en clara alusión al aroma de sus frutos. Y en el Cantar de los Cantares se emplea esta cualidad para alabar a la amada:
“El perfume de tu aliento es como el de las manzanas”.
Dicen incluso que es fuente de lozanía y en la mitología griega, cuando los dioses comenzaban a envejecer, comían manzanas para recuperar la juventud.
Otra especie que tan solo es citada en una ocasión es el níspero (Mespilus germanica L.), si bien parece suficiente para provocar el enojo al noble gobernador Sancho. A pesar de su aire pacífico y bonachón, la paciencia de Sancho parece agotarse amenazando con impartir unos cuantos garrotazos a diestro y siniestro, en especial dirigidos al supuesto médico que le impone la cruel abstinencia culinaria:
“... mas lo que yo sé que ha de comer el señor gobernador ahora para conservar su salud y corroborarla, es un ciento de cañutillos de suplicaciones y unas tajadicas subtiles de carne de membrillo, que te asienten el estómago y le ayuden a la digestión.”
Médico poco formado en estos trámites si pensamos que no es precisamente el níspero la fruta más adecuada para posibles problemas de estómago, pues es conocido que su fruto si no está bien maduro resulta ser todo lo contrario: áspero e indigesto. Si bien sabemos, que todo esto no era más que una treta para que el pobre Sancho perdiera las ganas de gobernar.
Todavía hoy se encuentra en perfecta actualidad el dicho “pedirle peras al olmo”, que sabemos de buena tinta que es como pedir algo imposible, pues que sepamos no es fácil que ningún olmo dé peras. Dicha expresión ya era empleada en tiempos de Cervantes como lo atestiguan las tres veces que es citada, incluso por el propio Don Quijote. Pero en esta ocasión también se cita al árbol llamado piruétano, que bien pusiera ser la especie asilvestrada de Pyrus communis L. o, tal vez, P. bourgaeana Decne, ambos de reducidos y escuálidos frutos; con cualidades muy alejadas de los manjares, incluso para estómagos de escuderos, tal y como le replica el escudero del Caballero del Bosque a Sancho:
“-Por mi fe, hermano -replicó el del Bosque-, que yo no tengo hecho el estómago a tagarninas ni a piruétanos, ni a raíces de los montes.”
Pues guárdense ustedes de probar estos frutos, pues tal vez su amargor haga perder parte de sus papilas gustativas, por muy buen gallardo que sea.
Como no podría ser de otra manera, la abundancia del olivo en más de la mitad del territorio Ibérico queda patente por Cervantes. Se cita hasta en 12 ocasiones este árbol, si bien sus referencias son indirectas refiriéndose no al árbol sino a su fruto: la oliva -también citada como aceituna- y, el subproducto de ésta, el aceite. Gregorio de los Ríos en su obra Agricultura de jardines (1592) alaba las numerosas aplicaciones que tiene este árbol para el hombre:
“La oliva es el árbol que tanto provecho y estima, que no podré encarecerlo, assí para la luz, como para los guisados, y cosas de botica: y el principal de todo lo que sirve, y aprovecha en los Templos, todos avían de tener este árbol sobre los ojos, y avían de plantar millones dellos, pues duran tantos años, y después de viejos tornar a resucitar...”
Por último, terminados ya los frutos comestibles hablemos un poco de una de las escasas coníferas que cita Don Miguel de Cervantes en su obra. Y aquí, y ahora, denunciamos como, entre persuasiones y vituperios, fue de nuevo engañado el bueno del gobernador Sancho, al que le hicieron creen que su ínsula era atacada por numerosos enemigos humillándolo en deshonrosa postura. Y así, hemos de saber, como uno de los malvados lacayos del Duque sugirió, para repeler el asalto del invisible enemigo, el empleo de:
“¡...pez y resina en calderas de aceite ardiendo!”
Dicho empleo parece acertado para ese fin, siempre que se quiera aumentar la temperatura del caldo mortal y darle una mejor adherencia para escaldar con mayor efectividad las pieles de los supuestos asaltantes. Tres productos de origen vegetal componen el brebaje, pez y resina, procedentes por regla general de uno de los pinos más conocidos de la Península Ibérica, el pino resinero (Pinus pinaster Aiton.); y el aceite, que hace partícipe de esta mixtura de guerra a la especie anterior. Pero volviendo a la resina de esta común conífera, debemos conocer que se ha extraído desde tiempos inmemoriales haciendo unas incisiones en el tronco que alcanzan hasta las primeras capas de leño, recogiendo este pegajoso líquido en recipientes de barro durante el verano. La pez, sin embargo, aunque bien podría tratarse de la misma especie, se extrae de forma muy diferente. De la leña del pino resinero se debe quemar tan solo sus astillas de modo que no se inflamen y se consuman lentamente, para lo cual hay que asegurar la escasez de oxígeno cubriéndolo con ramas y tierra. De esta forma se consigue que la pez vaya surgiendo lentamente para ser recogida en un cacillo, muy empleada como aislamiento contra la humedad e incluso en uso tópico para algunas alteraciones de la piel.
Llegados al ocaso de nuestra aventura, aquí donde empezamos terminamos, en el anónimo lugar de la Mancha de donde partimos, ahora con el conocimiento de la triste noticia del fatal deceso de nuestro inolvidable protagonista. Aunque nos reconforta pensar que tan solo muere Alonso Quijano, apodado el bueno; pues en realidad, no fallece nuestro tan querido Don Quijote, que sigue errante por nuestras tierras representado por unos y otros, en luchas propias y ajenas, en sueños y desengaños. Sea este nuestro pequeño homenaje...
Finalmente, no nos queda más que advertir que, tal vez, tras esta aventura estemos ahora un poco menos cuerdos que cuando empezamos, quizá algo afectados por tanta lectura quijotesca y libros de caballería o simplemente llevados por la agradable locura de Don Quijote. Y así andamos algunos, en esto de la arboricultura y el paisajismo con lanza en ristre, en alguna que otra reyerta de esas inimaginadas aventuras, donde en ocasiones pretenden que veamos gigantes cuando no son más que molinos. Pero ya se sabe, como dijo Don Quijote “es infinito el número de tontos”...
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