Pues si de semillas hablamos nuestro primer candidado debe ser la algarroba, pues no es fruto sino semilla a lo que Sancho se refiere. Mencionado tan sólo en una ocasión por el bueno de Sancho, confiesa este que portaba hasta 48 de ellas en sus más que miserables alforjas:
“
...un poco de queso, tan duro, que pueden descalabrar con ello a un gigante, a quien hacen compañía cuatro docenas de algarrobas y otras tantas de avellanas y nueces”
Sin embargo, la algarroba puede ser motivo de diferentes interpretaciones, tal y como pasamos a desarrollar a renglón seguido. Nosotros entenderemos este término como las semillas del algarrobo,
Ceratonia siliqua L. Dicen que sus vainas tienen un sabor dulzón y antiguamente su pulpa era alimento de los pobres y animales de granja. Y este último hecho es recogido en similares términos en la obra
Libro de los secretos de agricultura, casa de campo y pastoril (1722), escrita por Miguel Agustín. Dicha obra dice de los frutos del algarrobo:
“
... más propias para engordar los puercos, que para el sustento humano”.
Si bien, otros pudieran entender aquella otra herbácea -
Vicia sativa L. u otras especies emparentadas- que con el mismo nombre se denominan. Plantas conocidas también como arveja y de semillas, al igual que el citado árbol, comestibles. La consulta al
Diccionario de autoridades (1726) no aclara demasiado al respecto, pues nos dice:
“
Fruto del algarrobo, que es vaina azucarada y comestible, de color castaño por fuera y amarillenta por dentro, con semillas muy duras la cual se da como alimento al ganado de labor”.
Pero, la misma obra líneas abajo continúa:
”
Se llama también en Castilla la Nueva cierta semilla redonda y chata como la lanteja pero algo mayor...”
No negando estos hechos y a falta de pruebas que nos decanten por una u otra especie, puestos a decidir, y dada nuestra naturaleza obstinada y carácter porfiado nos mantendremos -al menos de momento- en nuestro apoyo a este apreciado árbol consumido por los muy pobres en épocas de mucha carestía, situación a la que no dejan de aludir los protagonistas.
Los pasos del hidalgo de ideas confusas y su compañero de correrías nos detienen ahora en un árbol -aparentemente- menos complejo: el naranjo. Aunque también puede este término referirse a más de una especie; ya sea naranjo dulce (
Citrus sinensis Osbeck.) o amargo (
Citrus aurantium L.), que permuta el dulzor de sus frutos por el exquisito aroma de azahar que despiden sus flores. Por esas mismas fechas Gabriel Alonso de Herrera (1470-1539) alaba en su compendio
Obra de Agricultura el ornato de estas plantas:
“
Los naranjos, y estos otros árboles de su compañía son árboles muy graciosos y en su verdor de hojas, olor de flor, vista y provecho de fruta muy agradables y provechosos, y ellos son tales que no se puede decir perfecto jardín, onde no hay alguno de estos árboles mayormente naranjos...”
En la obra de Cervantes el naranjo es citado por un curioso personaje llamado Maritormes, de belleza no muy agraciada, con la mirada de sus ojos escasamente coordinada y que parece pertenecer al gremio que algunos llaman oficio más antiguo del mundo. Y por supuesto, ni comparación con Dulcinea, de la que aclara Don Quijote:
“
Y así basteme a mi pensar y creer que la buena Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta...”
Fea o feísima lo cierto es que Maritormes narra como a la sombra de un naranjo se encuentra una buena señora con su caballero, posiblemente entre flirteos y retozos, que no observando las naranjas al madurar.
Ir a Árboles Quijotescos VITexto publicado en la revista "La cultura del árbol" 2.007
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